«Magia Fatoumata» en el Festival Gnaoua 2018

«Magia Fatoumata» en el Festival Gnaoua 2018

Entrada escrita por Carolina Grandela Tortuero. Alumna del curso y profesora de Danzas orientales, Samba y Danzas Afrobrasileñas.

Fatoumata Diawara es una diosa encarnada. Poderosa, natural, poseedora de una belleza interna que trasluce, consciente de la fuerza femenina que encarna y que representa. Y así, con esa luz que emana, nos comandó a tod@s en la 21 edición del Festival Gnawa 2018, en Essaouira, al sur de Marruecos.

Actriz, cantante, compositora y activista de los derechos humanos, esta mujer nacida en Costa de Marfil pero criada en Mali, acarrea en su espalda la responsabilidad de saberse referente para toda una generación de féminas africanas que ven en ella el paradigma del sueño de expresión anhelado.

Con su música da voz a todas aquellas causas que requieren ser entendidas con los ojos del corazón y no con los de la costumbre o la ignorancia respecto a realidades africanas depositadas en la balanza de la injusticia

“Soy absolutamente responsable de ser ese pequeño rol para todas ellas. Creo que el futuro está en las manos de las mujeres”, explicaba la cantante en una entrevista con motivo de su primera gira realizada en Colombia.

Carolina, segunda por la izq., con Fatoumata Diawara y unas amigas

Ser fémina y africana no es fácil, ni en la Mali que la acogió ni en ningún otro lugar del planeta. Pero conseguir cambiar patrones de conservadurismo de género en África representa un coraje y empecinamiento abismal que muy pocas mujeres músicas han conseguido.

Y Fatoumata lo hace constantemente, combatiendo con su voz como arma y con sus letras como munición para ganar corazones, pues es esa su estrategia. Enarbola el estandarte del amor como fuerza capaz de cambiar el mundo, y eso se nota nada más verla.

 

Un público duro de roer

En una sociedad donde los espacios públicos son de dominio exclusivo de los hombres –como ocurre en la sociedad tradicional y conservadora de Essaouira y en la que esta cuestión no se discute–, el haber sido testigo del poderoso efecto transformador de la magia de Fatoumata ha sido un auténtico regalo.

Ella está por encima del bien y del mal. Sus valores son de una altura inmensa y no atiende a pequeñeces de roles o normas sociales. Ella es ella, con su sonrisa y con su inmensa luz. Así lo demostró durante su concierto, llenando el escenario principal en la abarrotada plaza de Moulay Hassan, en la Medina de Essaouira.

Essaouira es una ciudad con fuerte arraigo musical y de muy variada índole, pero su interacción con otras músicas allende de las que sienten como suyas es más bien escasa, cuanto menos a nivel de danza o movimiento

Muestra de ello es la reacción del público en ediciones anteriores. En la 20ª, por ejemplo, los asistentes se quedaron impertérritos ante un incombustible Carlinhos Brown, que lleva toda su vida moviendo ingentes masas en los carnavales de Salvador de Bahía con su fuerza y carisma, único en el escenario.

Y El Mestre no tuvo mucha más suerte: se desgastó también en su empeño de transmutar la energía oprimida o reprimida que mostraba el público suorí (originario de Essaouira)… aunque, finalmente, en los bises, consiguió que una parte del auditorio fuera de la pra ca.

El peso aplastante que tiene la sociedad tradicional respecto al recato en cuestión de expresión corporal en contextos públicos se presenta titánico versus el motor de frenesí rítmico bahiano que no deja quieto a nadie. Pero, en Essaouira, cuando de cuerpo y de movimiento se trata (a excepción de música chaabi y otros folclores de la tierra), «con ‘aldealix’ hemos topado».  

 

Llega Fatoumata y… abandono del rictus local

Por eso cuando Fatoumata puso un pie en aquel escenario y empezó su repertorio musical, envolviendo gradualmente a todos los presentes en su halo de magnificencia vital, ver cómo el público participaba de sus directrices, atendía, coreaba y se movía en armonía con el desarrollo del concierto, fue maravilloso, algo así como un milagro.

Cuando varios ma’alem subieron a tocar con ella (como es la costumbre en este Festival, reflejo de la cultura hospitalaria del anfitrión magrebí) en una fusión musical conjunta de aportaciones tradicionales y ella comenzó a bailar, todos se rindieron ante su poder.

Postrándose a sus pies, tocaron para aquella diosa que giraba y giraba en una eterna espiral, tan presente en las danzas de las entidades africanas. Es una lengua que todos ellos conocen, comprenden y reverencian, pues sintetiza en sí mismo todo el misterio de la existencia

 

Y sólo ella pudo hacerlo. Las piezas encajaban a la perfección: cada cual en su lugar y todas conformando una preciosa estampa integradora de alegría conjunta, compartida… por ser, por estar, por creer.  La tan visible y usual carencia de presencia femenina fue colmada con creces por Fatoumata Diawara.

Poco esfuerzo le costó llevar a todos los invitados y asistentes a su terreno. Allí estábamos embelesados con su entrega, generosidad, fuerza y belleza. Extendió su arte e hizo bailar a todos los corazones presentes en una bonita danza de color rojo, pasión, fuerza y vida.

 

Esclavitud, misticismo y música gwana

Fatoumata Diawara ha sido la gran invitada en la programación de la 21 edición del Festival Gnawa 2018 en Essaouira al sur de Marruecos. Este festival con denominación de origen si tiene algo de genial es que defiende sus raíces ancladas y bien ancladas en la pervivencia de una tradición artística.

Esta tradición es traductora de una cultura de fundamento espiritual con origen en el desarraigo de los esclavos guiné, procedentes de la tierra de los negros, con los que los árabes comerciaban en sus rutas caravaneras por el Sahel.

Fruto del desgarro de las raíces al que fueron sometidos aquellos esclavos fue la creación sincrética de un amalgamado panteón de mulk (santos y entidades) que consiguieron rescatar del olvido y tenerlos presentes en sus prácticas religiosas. Todo formó una suerte de composición que luchaba por la pervivencia de sus tradiciones religiosas, comprendidas también dentro del marco del Islam.

Este hecho, junto con el triste sentir de los esclavos, fue trasmitido de generación en generación a través de las músicas, que no sólo curan el alma y el cuerpo en sus rituales, sino que también cuentan la historia de los gnawa en las letras de sus canciones.

Así me lo explicó Abdel Jalil Al-Gembri, joven músico gnawi que preside una asociación en Essaouira enfocada en preservar y transmitir la rica tradición de su pueblo a las generaciones más jóvenes. Al-Gembri lo dejaba claro en una entrevista: “Para conocer la historia de los esclavos gnawa, tan solo hay que escuchar sus canciones”.

El distintivo de la tradición gnawa radica en la fuerza serena de aquella supervivencia de componentes culturales, religiosos y tradicionales cuya función era calmar la pena y el dolor a través del recuerdo de sus ancestros, pues son ellos el ancla de este pueblo, tanto en el plano terrenal como en el trascendental.

Es así como el festival Gnawa de Essaouira se encarga de vivificar y reunir la tradición musical de una cultura única, propia, hija del sincretismo, de la esclavitud, de años de diásporas y de espiritualidad y lo visibiliza más allá de sus lindes territoriales

 

Mamá África mantendrá siempre su fuerza

La transmisión gnawa pertenece a los hombres –como tantos otros campos de la cultura tradicional musulmana– en cuanto a expansión de alma a través de la música y la danza se trata. Considerada su música como de trance e hipnótica, el registro de componentes que en ella hay van más allá de una etiqueta clasificadora, pues existen otros muchos elementos que están presentes en ella, auténticos chispazos que destellan el reflejo de otras tradiciones del continente africano también presentes en las tierras de la América negra.

El gnawa, inserto como está en un marco cultural islámico de influencia arabófona, posee fundamentos espirituales estructurados en un complejo código sufí en cuyo interior se celan los secretos de las creencias africanas de religiones tradicionales que integran culto animista.

Fatoumata Diawara

Carolina, profesora de baile, durante una actuación de ritmos africanos

Estos secretos que profundamente habitan y perduran a lo largo de los tiempos y de las distancias, están hermanados con aquellos otros pueblos que sufrieron esa misma suerte, expandiéndose a otros lares del globo terráqueo.

Pero es la danza testigo mudo la que nos habla de esas conexiones en un lado y otro del planeta con sus movimientos. A Mamá África la pueden vestir o educar de muchas maneras, pero ella mantiene su fuerza, generación tras generación.