«Magia Fatoumata» en el Festival Gnaoua 2018

«Magia Fatoumata» en el Festival Gnaoua 2018

Carolina Grandela Tortuero, alumna del curso 2018-2019 y especialista en Danzas Orientales y Afrobrasileñas con investigación en antropología ritual, nos escribe una crónica de su experiencia en el Festival Gnawa 2018, en Essaouira, al sur de Marruecos.

Al leerla descubrimos no sólo el magnetismo de la estrella de este año, Fatoumata Diawara, sino que también profundizamos en la cultura de los anfitriones y de los gwana, las cofradías místicas musulmanas. Un relato que nos permite conocer la huella que la sólida herencia espiritual y el esclavismo dejaron en sus melodías.

 

CRÓNICA DESDE ESSAOUIRA

Fatoumata Diawara, es una diosa encarnada. Ella es poderosa, natural, poseedora de una belleza interna que trasluce externamente, consciente de la fuerza femenina que ella es y que representa, comanda a todos con la luz que emana.

Actriz, cantante, compositora y activista de los derechos humanos, esta mujer nacida en Costa de Marfil, pero criada en Mali, que da voz con su música a todas aquellas causas que requieren ser entendidas con los ojos del corazón y no con los de la costumbre o la ignorancia respecto a realidades africanas depositadas en la balanza de la injusticia, acarrea en su espalda la responsabilidad de saberse referente para toda una generación de féminas africanas que ven en ella el paradigma del sueño de expresión anhelado. “Soy absolutamente responsable de ser ese pequeño rol para todas ellas. Creo que el futuro está en las manos de las mujeres”, explica Fatumata en una entrevista con motivo de su primera gira realizada en Colombia.

Ser mujer y africana no es fácil ni en Mali (donde Fatoumata vivió) ni en ningún otro lugar del planeta, pero conseguir cambiar patrones de conservadurismo de género en África representa un coraje y empecinamiento abismal que muy pocas mujeres músicas han conseguido y Fatoumata lo hace constantemente combatiendo con su voz como arma y como munición sus letras para ganar corazones, pues esa es su estrategia.   Enarbola el estandarte del amor como fuerza capaz de cambiar el mundo,  y eso se nota nada más verla.

Carolina, junto a unas amigas y Fatoumata Diawara

Fatoumata Diawara ha estado como la gran invitada en la programación de la 21 edición del Festival Gnawa 2018 en Essaouira al sur de Marruecos. Este festival con denominación de origen, si tiene algo de genial es que defiende sus raíces ancladas y bien ancladas en la pervivencia de una tradición artística traductora de una cultura de fundamento espiritual con origen en el desarraigo de los esclavos guiné, procedentes de la tierra de los negros, con los que los árabes comerciaban en sus rutas caravaneras por el Sahel. Fruto del desgarro de las raíces al que fueron sometidos aquellos esclavos, fue la creación sincrética de un amalgamado panteón de mulk (santos y entidades) que consiguieron rescatar del olvido y de la práctica en esta composición que abogaba por la pervivencia de sus tradiciones religiosas, y pudieron hacerlo bajo el marco del Islam. Este hecho, junto con el triste sentir de los esclavos, fue trasmitido generación tras generación a través de las músicas que no solo curan el alma y el cuerpo en sus rituales, sino que también cuentan la historia de los Gnawa en las letras de sus canciones. Así me lo explicó el Gnawi Abdel Jalil Al-Gembri, joven músico que preside una asociación en Essaouira enfocada en preservar y transmitir la rica tradición Gnawa a las generaciones más jóvenes, en una entrevista: “para conocer la historia de los esclavos Gnawa, tan solo hay que escuchar sus canciones”.

El distintivo de la tradición Gnawa radica en la fuerza serena de aquella supervivencia de componentes culturales, religiosos y tradicionales cuya función es calmar la pena, el dolor a partir de no permitirse olvidar sus ancestros, pues son su ancla en este y en el otro plano. La tierra está en uno a través del ritmo, pues es el ritmo de tu tierra el que te acompaña. Y cada tierra tiene su historia.

El festival Gnawa de Essaouira se encarga de vivificar y reunir la tradición musical de una cultura única, propia, hija del sincretismo, de la esclavitud, de años de diásporas y de espiritualidad y lo visibiliza más allá de sus lindes territoriales.

La transmisión Gnawa pertenece a los hombres, como tantos otros campos de la cultura tradicional musulmana, en cuanto a expansión de alma a través de la música y la danza se trata. Catalogada su música como trance, e hipnótica, el registro de componentes que en ella hay van más allá de una etiqueta clasificadora, pues existen otros muchos elementos que están presentes en ella, tales como auténticos chispazos que destellan el reflejo de otras tradiciones del continente africano también presentes en las tierras de la América negra.

El Gnawa inserto en un marco cultural islámico de influencia arabófona, posee fundamentos espirituales estructurados en un complejo código sufí en cuyo interior se celan los secretos de las creencias africanas de religiones tradicionales que integran culto animista. Estos secretos que profundamente habitan y perduran a lo largo de los tiempos y de las distancias, están hermanados con aquellos otros pueblos que sufrieron una misma suerte expandiéndose a otros lares del globo terráqueo. Pero es la danza testigo mudo la que nos habla de esas conexiones en un lado y otro del planeta con sus movimientos. A Mamá África la pueden vestir o educar de muchas maneras, pero ella mantiene su fuerza generación tras generación.

En una sociedad donde los espacios públicos son de dominio exclusivo de los hombres, como es la sociedad tradicional y conservadora de Essaouira y en la que eso no se discute, haber sido testigo del poderoso efecto transformador de la magia de Fatoumata, ha sido un auténtico regalo.

Ella está por encima del bien y del mal, sus valores son de una altura inmensa y no atiende a pequeñeces de roles o normas sociales. Ella es ella, con su sonrisa y con su inmensa luz. Así lo demostró llenando el escenario principal en la abarrotada plaza de Moulay Hassan en la Medina de Essaouira durante su concierto.

Essaouira es una ciudad con fuerte arraigo musical y de muy variada índole, pero su interacción con otras músicas allende las que sienten como suyas es más bien escasa a nivel de danza o movimiento.  Impertérritos se quedaron en la 20 edición del mismo Festival frente a un incombustible Carlinhos Brown que lleva toda su vida moviendo ingentes masas de millones de personas en los Carnavales de Salvador de Bahía con su fuerza de acción y carisma único en el escenario; y el Mestre se desgastaba en su empeño de transmutar la energía oprimida o reprimida que mostraba el público suorí (originario de Essaouira) con faz de resistencia estática frente a él. Pudo, finalmente, en los bises, conseguir que parte del público presente fuera de la pra ca.

El peso aplastante que tiene la sociedad tradicional respecto al “recato” en cuestión de expresión corporal en contexto público,  se presenta titánica versus el motor de frenesí rítmico bahiano que no deja quieto a nadie, pero cuando de cuerpo y su movimiento se trata, (a excepción de música Chaabi y otros folclores de la tierra) en Essaouira con “Aldealix” hemos topado.  

Por eso cuando Fatoumata puso un pie en aquel escenario y empezó su repertorio musical, envolviendo gradualmente a todos los presentes en su halo de magnificencia vital, ver como la masa de público participaba en sus directrices, atendía, coreaba y se movía en armonía con el desarrollo del concierto, fue maravilloso, algo así como un milagro.

Cuando varios Ma’alem subieron a tocar con ella (como es la costumbre en este Festival que atiende a una reflejo de la cultura hospitalaria del anfitrión magrebí), en una fusión musical conjunta de aportaciones tradicionales y ella comenzó a bailar, todos se rindieron ante su poder, postrándose a sus pies y tocando para aquella diosa que giraba y giraba en una eterna espiral tan presente en las danzas de las entidades africanas, lenguaje que todos ellos conocían, comprendían y reverenciaban pues sintetiza en sí mismo todo el misterio de la existencia.

Y sólo ella pudo hacerlo. Las piezas encajaban a la perfección, cada cual en su lugar y todos conformando una preciosa estampa integradora de alegría conjunta compartida, por ser, por estar, por creer.  La tan visible y usual carencia de presencia femenina, fue colmada con creces por Fatoumata Diawara.

Poco esfuerzo le costó llevar a todos los invitados, y asistentes a su terreno, allí estábamos embelesados con su entrega, generosidad, fuerza y belleza. Extendió su arte e hizo bailar a todos los corazones presentes en bonita danza de color rojo, pasión, fuerza, vida.