07 Sep La Conferencia de Berlín y sus consecuencias en el este de África
Escrito por Marcelo Neuman, profesor e investigador de la Universidad Nacional General Sarmiento de Argentina y alumno del Máster Cultura y pensamiento de los pueblos negros.
Hacia 1880 la mirada europea sobre el este de África empezaba a cambiar sustancialmente. Misioneros, exploradores, científicos, comerciantes y aventureros, atributos que algunas veces confluían en una sola persona, hicieron que el hinterland de esta región empezara a ser conocido en Europa. Previamente a la llegada de estos pioneros, las potencias europeas se limitaban a ejercer su influencia en la costa a través del comercio. Zanzíbar era el epicentro de este comercio por donde entraban los bienes manufacturados de las potencias, principalmente armas, pólvora, municiones y bienes suntuarios, y por donde salían, esclavos, marfil, clavo de olor y cocos.
Los productos entraban y salían desde el interior por medio de caravanas lideradas por comerciantes árabes y suajilis, que comerciaban con grupos bantúes establecidos en distintas regiones. Zanzíbar era gobernada por un sultán que tenía autoridad sobre los demás sultanes de las ciudades costeras e islas aledañas, y que también gobernaba sobre el interior, si bien en este último caso su autoridad era más nominal que real.
Desde fines de 1830 las principales potencias occidentales empezaron a establecer consulados o bases comerciales en Zanzíbar. El consulado británico era el que ejercía la mayor influencia sobre el sultán y hacia 1880 su ascendiente sobre él prácticamente total.
Prominentes exploradores, tales como, Livingstone, Stanley, Burton, Speke, Baker, Peters entre algunos otros, irían progresivamente describiendo las geografías y las sociedades del interior del África Oriental a partir de mediados del siglo diecinueve. Estos exploradores, y demás pioneros de la avanzada europea hacia el hinterland militaron entusiastamente para que sus respectivos gobiernos se involucraran en forma directa en estos territorios. El debate se centraba en la necesidad de llevar el evangelio y en lo inhumano del comercio de esclavos de los árabes, pero las motivaciones principales entre los hombres de Estado y de negocios eran económicas. La expansión económica en Europa creaba la necesidad de buscar nuevas fuentes de materias primas para sus industrias, y nuevos mercados donde colocar sus manufacturas.
Al mismo tiempo, Europa vivía un momento de fuerte nacionalismo, muy enlazado con el imperialismo, y por ende con la obtención de colonias, sobre todo en el caso de la recientemente unificada Alemania de Bismarck, por lo que dicha potencia se embarcó en la búsqueda de colonias en África. El paso dado por Alemania alertó a otras potencias europeas, que también empezaron entonces a asegurarse más territorios en África.
También la apertura del canal de Suez en 1869 abrió una nueva y más efectiva ruta hacia Oriente, volviendo una prioridad estratégica el control de Egipto y sus regiones adyacentes, sobre todo para Gran Bretaña, dado ello que facilitaba el tráfico con la India. Egipto todavía era una provincia del Imperio Otomano, aunque se había convertido virtualmente en independiente y además dominaba Sudán, que llegaba hasta el norte de la actual Uganda.
Pero quizás el movimiento geopolítico de mayor transcendencia en esta región hayan sido las sigilosas acciones que desnudaron las cada vez más evidentes ambiciones coloniales de Leopoldo II de Bélgica. En 1878 Leopoldo II contrató a Henry Stanley para que firmara tratados con los jefes de tribus alrededor del río Congo. Francia respondió enviando a Brazza para que hiciera otro tanto con los jefes tribales en la región de las orilla del Alto Congo. Pero Portugal tenía conexiones con el Congo que databan defines del siglo quince, cuando estableció relaciones diplomáticas con el rey del Congo. En ese momento, para frenar a Francia y Bélgica, Gran Bretaña le reconoce a Portugal estas relaciones con el Congo mediante la firma de un tratado, lo que provoca que Francia y Bélgica apelen a Alemania para que intervenga. Bismarck responde llamando a una conferencia a desarrollarse en Berlín para resolver las rivalidades europeas en África.
La conferencia de Berlín comenzó el 15 de noviembre de 1884 y finalizó el 25 de febrero de 1885. Participaron catorce naciones: Alemania, Austria-Hungría, Bélgica, Dinamarca, España, Gran Bretaña, Holanda, Italia, Noruega, Portugal, Rusia, Suecia, Turquía y Estados Unidos. El objetivo fue regular la actividad europea en África, para los cual se determinaron “esferas de influencia” en las áreas donde las potencias europeas estaban ya establecidas, en lugar de límites exactos y definitivos. La fórmula “esferas de influencia” servía para que las potencias no tuvieran que volcar recursos inmediatamente para procurar un control político efectivo del territorio. Pero en la conferencia se estableció también que, si una potencia europea deseaba anexar su “esfera de influencia” debía establecer un control político efectivo; y que cualquier área todavía no ocupada podía ser reclamada, si bien tenía que informarse de ello al resto de Europa. Estas condiciones aceleraron el proceso de colonización del continente, pues les presentaba a las potencias europeas el desafío de ocupar o ser eliminado del reparto de África.
Así fue que hacia 1900 prácticamente toda África estuviera colonizada, con la excepción de Etiopía y Liberia.
El este de África se determinó como esfera de influencia de Alemania y de Gran Bretaña, pero fue necesario firmar dos nuevos tratados para terminar de definir las fronteras que corresponderían a cada potencia. El primero de éstos fue el acuerdo anglo-alemán de 1886 que definió los primeros límites del interior. El gran perdedor fue el sultán de Zanzíbar que vio limitado su vasto territorio a una franja de tierra desde la costa al interior de tan sólo dieciocho kilómetros. La franja se extendía, desde la bahía de Tunghi en el sur hasta la boca del río Tana en el norte, aunque incluía también los pueblos de Kismayu, Brava y Merka, que estaban aún más al norte, pero con la excepción de Witu que quedó bajo dominio alemán. El sultán también conservaba las islas de Zanzíbar, Pemba y Mafia. Al mismo tiempo, el hinterland fue divido por una línea trazada desde la boca del río Umba hasta los pies del Kilimanjaro, y desde allí hasta la costa este del lago Victoria. Este acuerdo, dejaba fuera del arreglo el territorio que hoy es Uganda.
Luego de este tratado cada país confió la ocupación y administración de sus territorios delimitados a empresas comerciales. Por el lado británico, esto se formalizaría en 1888 con la Imperial British East Africa Company a cargo de William Mackinnon, y por el lado alemán en 1885 con la German East Africa Company bajo el liderazgo de Carl Peters. Comenzaba de esta manera la ocupación extranjera de los territorios repartidos entre ambas potencias, lo que iba a generar resistencias en las comunidades africanas, las cuales fueron aplacadas violentamente mediante expediciones militares.
En 1890, cuando las resistencias africanas van menguando y la ocupación de los invasores es inexorable, Gran Bretaña y Alemania firman un segundo tratado. En este tratado, que se denominó tratado de Heligoland, se extendieron las líneas demarcadas en el tratado anterior, desde el este hasta el oeste cruzando el lago Victoria, lo que confirmó a Uganda como esfera de influencia británica. Alemania también cedió su reclamo sobre Witu y aceptó que Zanzíbar pasara a ser un protectorado británico, a cambio de que Gran Bretaña cediera la isla de Heligoland en el mar del norte. También a Alemania se la habilitó a comprar al sultán la franja costera correspondiente a su esfera de influencia. Con el tratado de Heligoland se concluía la parte sustancial de la partición del este de África, quedando pendientes sólo algunos ajustes fronterizos con Portugal, Italia y Francia. La colonización había llegado para quedarse.