24 Ago La mediación entre lo divino y lo humano en las religiones tradicionales africanas
Entrada escrita por Lázaro Bustince Sola, Misionero Padre Blanco y director de la Fundación Sur.
En el post anterior habíamos explicado cómo, para las religiones africanas tradicionales, todas las cosas se encuentran animadas por una suerte de fuerza vital, si bien estas fuerzas son más poderosas en unos casos que en otros. También habíamos mostrado cómo el ser humano ha de bregar entre todas estas fuerzas, a menudo dotadas de características personales, como la voluntad, procurando ponerlas de su parte, mediante el uso de distintas prácticas rituales.
En este nuevo texto vamos a ocuparnos de un aspecto fundamental de las relaciones que pueden establecerse con todos estos poderes vitales. Se trata de la mediación. En efecto, muchas veces uno no se puede poner directamente en contacto con la entidad de la que desea obtener algún beneficio. Tiene que buscar, por el contrario, la intermediación de otro agente.
Éste es el caso, en primer lugar, de los antepasados del clan. La importancia de estos antepasados dentro de las religiones tradicionales africanas es inmensa. Pero no ha de pensarse en ellos como seres lejanos. Forman también parte del clan. Velan por el mismo, vigilan las actividades de sus miembros vivos, cuidando de que respeten las tradiciones, e, incluso, pueden reencarnarse en los recién nacidos. Siguen, pues, presentes y, en cierta manera, vivos.
De este modo, aunque es frecuente la creencia en un Ser Supremo, más o menos equivalente, en este aspecto, al Dios de las religiones monoteístas, éste no suele tratar apenas con la gente. Se le concibe casi siempre como un ser lejano, desinteresado de los asuntos humanos. Por ello, la fuerza vital de la que es depositario ha de ser activada a través de la mediación de otros agentes poderosos.
Por todas estas razones, ha de rendírseles culto, mediante diversos sacrificios y ofrendas. También han de atenderse sus mensajes, transmitidos mediante sueños o presagios que habrán luego de interpretar los más dotados para ello, como los adivinos y los ancianos. El papel de estos últimos es especialmente importante. Ellos son los depositarios de los mitos y de la sabiduría ancestral, los garantes y guardianes de las costumbres y tradiciones. En una sociedad más bien estática, como lo era la sociedad tradicional africana, nunca se quedaban desfasados, sino que su sabiduría y prestigio no hacían más que acrecentarse con el transcurrir de los años.
Otro tipo de agente mediador es el constituido por los llamados espíritus de la naturaleza. Son mucho más fuertes y temibles que los seres humanos y reclaman constantemente ofrendas de todo tipo, como bebida, primicias de cosechas y sacrificios de animales. Vivir dignamente para el agricultor, el cazador y el ama de casa, significa hacerlo en armonía con los espíritus, sin atraerse su ira. No siempre es posible relacionarse directamente con ellos. A menudo esto ha de hacerse a través del culto a los antepasados o mediante ceremonias oficiadas por otros, como los soberanos, los ancianos o los sacerdotes.
Estos espíritus son los “dueños” de aquellos bienes de los que se sirve el clan para sobrevivir, como la tierra que será cultivada, los ríos, lagos y manantiales, los bosques en los que se caza y recolecta, y las distintas especies animales y vegetales explotadas. Lo mismo ocurre con las piedras, metales y maderas sobre las que se basa la propia cultura material. Es preciso congraciarse con todos estos espíritus. Y es vital, en particular, asegurarse que la fertilidad de la tierra, el ganado y las mujeres no se extinga nunca.
En un sentido más amplio, cualquier entidad natural, investida de un cierto poder, puede ser considerada no sólo como un agente cuyo favor conviene ganarse, sino también, asimismo, como un posible cómplice de cara una relación con otro ser más lejano. Así, distintas entidades con poder, como animales y objetos sagrados, o “medicinas” adecuadamente preparadas, pueden ser utilizadas en el curso de los rituales dirigidos a ganarse la voluntad de un determinado agente. Con su concurso, se podrá congraciarse con él, presentándole algo que le pueda agradar y de cuyo poder él también pueda beneficiarse, pero también presionarle, mostrándole que el humano que le ha invocado tiene también bajo su control a ciertos poderes, a los que podría eventualmente dirigir en contra suya, en el caso de que se resistiese a satisfacer sus deseos.
Ante todo, de lo que se trata es de negociar con el intermediario desde una posición de fuerza, tras haberse hecho con distintas entidades investidas de poder. Todo funciona mediante una suerte de “toma y daca” permanente.
Como vemos, las relaciones con el plano de lo divino son concebidas, casi hasta en sus últimos detalles como una réplica de aquellas que las personas mantienen en su vida cotidiana. Esta similitud de fondo asegura igualmente una continuidad entre el nivel en donde viven de ordinario los seres humanos y aquel otro en donde operan las entidades más poderosas. El cosmos es uno solo, aunque dividido en distintos niveles articulados entre sí.