Las danzas de los pueblos mandé (I)

Las danzas de los pueblos mandé (I)

Escrito por Tania Veiga, especialista en danzas africanas y alumna del Curso Cultura y pensamiento de los pueblos negros

La historia de los pueblos mandé se encuentra estrechamente ligada a la de los primeros imperios del Sahel, como los Ghana y Malí, entre los siglos VIII y XVII. Hoy en día, debido a diversos movimientos migratorios posteriores a la caída del Imperio de Mali, podemos encontrar a los pueblos mandé repartidos por Gambia, el sur de Senegal, el sur de Mali, Guinea, Guinea Bissau, Sierra Leona, el norte de Liberia, el norte de Costa de Marfil y Burkina Faso.

Los pueblos mandé están conformados por diversos grupos etnolingüísticos como los malinké, los bambara, los susu y los soninké. Aunque podemos reconocer ciertos elementos culturales comunes a todos estos pueblos, como el uso de unas lenguas con unas raíces compartidas o unos ritmos, danzas e instrumentos musicales muy parecidos, no debemos olvidar, sin embargo, que su presencia no implica en ningún caso una uniformidad cultural absoluta. Es posible además que sólo podamos percibir las diferencias existentes al estudiar en profundidad estas culturas y adquirir, con ello, cierta sensibilidad. Hay que tener en cuenta que a lo largo de la historia la transmisión cultural ha sido en estas poblaciones predominantemente oral, lo que provoca fácilmente la generación de variaciones en el tiempo (transmisión entre generaciones) o en el espacio (entre aldeas o regiones). Por ello, aunque, por un lado, nos encontramos con determinados elementos comunes a todas estas poblaciones, que nos permiten hablar de los pueblos mandé como de una entidad unitaria, por el otro, su diversidad cultural resulta también manifiesta.

La danza en la vida cotidiana

Para los pueblos mandé la danza forma parte de su día a día. Casi todos los eventos importantes de una comunidad se celebran con danzas. Para muchos pueblos africanos, los mandé entre ellos, todos los seres vivos, por ser seres de la creación divina, son sagrados.

Lo divino, lo sagrado, se encuentra presente también en el ser humano. La danza, por tanto, no es más que la glorificación de una creación divina. Es una celebración en comunión con lo sagrado; más aún, esta visión de la danza como expresión de lo divino se puede acentuar en el caso de que se establezca por medio suyo una comunicación con el mundo de lo invisible, con los dioses o los espíritus. De este modo, la danza puede operar como un puente entre el más acá y el más allá.

Según Fodeba Keita, fundador en 1950 de los Ballets Africains y ministro con Sekou Touré, la danza es una expresión espontánea, intrínseca a las personas, que transforman sus experiencias en movimientos; es decir, que aquello que una persona quiera comunicar, podrá hacerlo mediante el baile. Los africanos se expresan a través de la danza en un lenguaje que resulta tan inteligible como el habla. Como puso de manifiesto Senghor, tras la ocurrencia de un evento como, por ejemplo, una hambruna, una sequía prolongada o la victoria de una batalla, se generan nuevos ritmos y danzas con el fin de contarlo y recordarlo.

Tal y como apuntan algunos autores, en África el arte es mayormente funcional y así lo es también la danza entre los pueblos mandé. En origen, la creación de estas danzas obedece a motivaciones sociológicas, históricas o religiosas, entre otras. No se la concibe como fuente de entretenimiento de masas, como sucede a menudo en Europa. Aunque las danzas tengan un origen funcional en muchos casos, ello no quita que el bailarín o bailarina tengan libertad para disponer de ellas como un medio de expresión a través del cual aportar belleza. Al fin y al cabo, la danza nace de fuerzas subconscientes e instintivas que pueden expresarse a través suyo, como nos señala precisamente Fodeba Keita.

Para los mandé, la danza es comunitaria. En ocasiones encontramos danzas propias de ciertos grupos sociales concretos. Sin embargo todas las personas, independientemente de su edad, género, nivel social, gremio, etc, pueden participar de las danzas en muchos momentos de sus vidas. Nadie queda excluido por ser demasiado viejo, demasiado joven, por tener o no tener tal condición física y ni siquiera por tener o no tener destreza a la hora de bailar. En otras ocasiones la danza es totalmente abierta y participativa, según se tenga o no la voluntad de entrar en ella.

Otro aspecto fundamental que debemos considerar al reflexionar sobre la danza en los pueblos mandé es el aprendizaje. Lo más habitual es aprender a cantar, bailar y percutir igual que se aprende a hablar: por imitación. En la vida de un niño, antes de que tenga que participar en una danza, son numerosos los momentos en los que, acompañando a su madre, observa las danzas de los adultos y juega bailando. Las danzas de iniciación sí son, en cambio, transmitidas de manera especializada por los ancianos de la comunidad encargados de esta tarea.

En suma, los pueblos mandé celebran mediante la danza formar parte de la creación divina; se sirven de ella como puente entre el mundo de lo visible y el de lo invisible y bailan también para comunicar sus experiencias vitales o para rememorar eventos importantes para la comunidad.

Características estético-técnicas de las danzas de los pueblos mandé

Las danzas de los pueblos mande están íntimamente ligadas a la música, ocupando en ellas la percusión un rol preeminente. Según Kariamu Welsh Asante, danza y música son dos expresiones de un mismo elemento: el ritmo. Con la danza es el cuerpo el que muestra el ritmo, con la percusión es el sonido; pero ambos hablan de ritmo. La intrincada relación entre la música y la danza va más allá, pues existe una comunicación entre danza y música en ambas direcciones. La música ordena cambios en la danza y la danza hace “hablar” a algunos instrumentos, como, por ejemplo, el djembe solista. Los instrumentos que más acompañan hoy día a estas danzas son el djembe, el kenkeni, el sangban y el dundún. Otros menos frecuentes son el krin, el balafón, la tama y diversas maracas.

Tanto en la danza como en la percusión nos encontramos con una marcada polirritmia. En la percusión, los distintos instrumentos siguen cada uno un patrón rítmico diferente, creando en conjunto una “melodía percusiva”. Esta polirritmia la encontramos también en la danza, como si las distintas partes del cuerpo siguiesen diferentes ritmos, aunque luego el movimiento global tendrá identidad en su conjunto.

Junto a esta polirritmia, existe también un claro policentrismo. En el ballet clásico, las piernas y los brazos son los elementos sobresalientes; en las danzas de los pueblos mandé añadimos la cabeza, el torso y la pelvis. Todos estos “centros” pueden co-protagonizar un mismo movimiento. Por ello, los denominamos movimientos policéntricos.

Otro hecho a destacar consiste en que las danzas mandé conllevan como norma (siempre que hay norma, habrá excepciones) la repetición. Un movimiento se puede repetir durante unos instantes o por bastante tiempo, para reaparecer luego en el transcurso de una celebración entre distintas personas.

En su posición básica o de partida, el cuerpo se coloca de la siguiente manera: los pies se encuentran en paralelo, separados el ancho de las caderas o un poco más; la piernas flexionadas; el torso inclinado hacia la tierra; la pelvis en posición neutra y la columna vertebral guarda sus curvas naturales; mirada hacia el frente y brazos relajados. En muchas tallas de madera podemos ver que las figuras adoptan esa posición en genuflexión.

¿Cómo nos habla la danza sobre los pueblos mandé?

Si sabemos cuál es el significado o el propósito de una determinada danza, podremos conocer también, por ejemplo, los motivos o propósitos de una ceremonia en concreto, como pueden ser la conmemoración de ciertos eventos de relevancia histórica o la insistencia en la importancia de algún aspecto particular de la vida social. Esto quizá sea lo más obvio y explícito, si damos con esta información, si tenemos buenos informantes que conozcan los orígenes de las danzas.

Pero, mediante el análisis de la estética de los movimientos, se pueden recoger otra valiosa información que ya no es tan obvia ni explícita.

Por ejemplo, tal y como se señala en la obra African Dance, editada por Kariamu Welsh Asante, la repetición de los movimientos puede expresar estabilidad. Parece razonable pensar que si estas comunidades viviesen en entornos estables, no tendría sentido dar importancia a la estabilidad, pero sabemos que estas sociedades han vivido sometidas durante siglos a la inestabilidad climática o a la provocada por diversos conflictos armados.

Podemos preguntarnos también por qué las danzas se enfocan hacia la tierra. Una respuesta plausible es la de que la tierra supone un elemento de vital importancia para estas sociedades, que históricamente han dependido de la agricultura. Más aún, es a ella a donde vuelven los restos de las personas fallecidas. Sabiendo además que los antepasados son venerados y recordados, este interés por la tierra cobra aún un mayor sentido.

El ojo agraciado con la sensibilidad suficiente para desenredar la estética de estas danzar y extraer las debidas implicaciones de ello puede constatar clara relaciones entre las formas y el medio en el que se desarrollan. Aphonse Thierou apunta, así, en “La danse africaine c’est la vie” que si un pueblo es de costa, muy posiblemente realizará movimientos ondulantes, como reflejo del mar. Si el pueblo que baila es además un pueblo de pescadores, es posible que traiga consigo los equilibrios a los que aquéllos están acostumbrados durante la pesca. En cambio, si alguien vive en un entorno forestal y es cazador, será sigiloso y ágil. Estará acostumbrado a agacharse, a correr o a saltar y esto se reflejará igualmente en sus danzas.

Ciertas danzas se acompañan de un vestuario particular. Quizá las danzas en las que el vestuario es más importante sean las de máscaras o danzas sagradas. En el caso de las danzas de máscaras, la máscara es el vestuario completo: careta, vestido, pulseras, collares y toda ornamentación. La máscara es una entidad mágico-sagrada, con personalidad propia, que es encarnada por la persona que se encuentra dentro. Si las danzas se ejecutan en un contexto sagrado, es posible que las ropas y complementos utilizados formen parte de la ceremonia, que sean elementos que ayuden a un buen desarrollo de la misma, como ocurre en el candomblé brasileño o en el vudú beninés. Prestemos atención a ello y conoceremos mejor a estas culturas.

También podemos obtener información valiosa si tomamos en cuenta el uso del espacio, la figuras que se trazan al bailar. Aphonse Thierou, que ha investigado con mayor profundidad las danzas de Costa de Marfil, considera que el círculo es una figura que representa para esta cultura la supresión de la identidad individual en favor de la colectiva.

Esta interpretación resulta coherente, si tenemos en cuenta que en estas sociedades existe una gran conciencia de grupo, ya sea de familia, aldea o nación. La sociedad mandé es una sociedad que todavía tiene en gran consideración a sus tradiciones y las opiniones de la generación más mayor.

Según este mismo autor, el círculo puede representar los movimientos del Sol y de la Luna y buscar, de esta manera, la unión con el Cosmos. El círculo constituye asimismo la representación de la renovación constante del ciclo de vida–muerte–vida. Vuelvo a observar en esta relación una coherencia con lo que es de vital importancia para estos pueblos que, siendo muchas comunidades agricultoras, son dependientes de una naturaleza bastante agreste. Parece lógico que la naturaleza y los ciclos del Cosmos sean elementos centrales a los que haya que prestar atención e introducir en todas las manifestaciones artístico-sagradas.

Tracy D. Snipe nos dice a este respecto: “ La danza puede ser definida como un comportamiento cultural, en el sentido de que los valores, actitudes y creencias de una comunidad definen parcialmente la conceptualización de la danza, así como su reproducción física, estilo, estructura, contenido y actuación.”

La importancia de las fuentes

Antes de presentar distintas danzas e interpretar lo que de ellas podemos aprender, es importante que comprendamos de dónde viene la información. Podríamos hablar de las danzas tradicionales de los pueblos mandé o únicamente de las danzas de los pueblos mandé, sin el adjetivo tradicional. La importancia de esta diferenciación reside en cuáles son las fuentes de las que he bebido para obtener el conocimiento que tengo sobre ellas.

Desde mi punto de vista, las danzas tradicionales son las danzas ejecutadas en su contexto original, que suele ser rural y no urbano. Pero incluso las danzas que observamos hoy en día en un entorno rural, ya no se ejecutan igual que antes de la llegada de los colonos o de las migraciones a las ciudades. Ciertos autores subrayaron ya en los años 90 esta diferencia, denominando a estas danzas como neo-tradicionales. De lo tradicional conservan el lenguaje, los movimientos y los ritmos que acompañan; lo neo es el contexto, la participación, la duración o la coreografía.

Tanto Senegal, como Guinea, como Mali, han creado sus ballets nacionales para enseñar su folclore al mundo entero y para ayudar a generar una identidad nacional diferenciada. El contrapunto a esta iniciativa -que en apariencia es favorable al desarrollo y conservación de este patrimonio artístico- es que se ha renegado de lo religioso, se ha alejado la danza de su significado esencial, se han modificado las estéticas de acuerdo a los gustos europeos y se han creado escuelas, en el sentido de que muchas agrupaciones imitan los formatos de estos primeros ballets. Con estas puntualizaciones, no pretendo en modo alguno denostar la labor que han hecho estos ballets con sus giras, promoviendo sus culturas. Tal y como apunta Fodeba Keita, la intención con ellos fue la de romper prejuicios y enseñar la rica variedad y complejidad cultural que hay dentro de las fronteras de estos países.

Por tanto, las danzas mandé que podemos observar y estudiar más fácilmente y con mayor frecuencia van a estar afectadas simultáneamente por varios filtros: la influencia del islam, la persecución de la religión tradicional, la asimilación de los gustos europeos y la migración del campo a la ciudad. Cierto es que existen sociedades secretas que son guardianas de una parte de lo que ha sido perseguido; tristemente, no he llegado hasta ellas y no puedo volcar este conocimiento en estos artículos. Es de ese contexto neo-tradicional del que he podido nutrirme. Incluso las fuentes videográficas también reflejan mayormente estas danzas neo-tradicionales.

El hecho de que no pueda llamar tradicionales a las danzas a las que he tenido acceso no implica que su estudio no sea útil para conocer la cultura de los pueblos mande, ni implica tampoco que no sean manifestaciones de un arte verdadero. Al fin y al cabo, por un lado, siguen conservando el viejo lenguaje y los antiguos movimientos y, por el otro, las culturas están vivas y la imagen de hoy habla de los mandé de hoy también. Concuerdo con la afirmación de Robert W. Nicholls de que “para ser auténtico, el arte indígena debe estar enraizado en las tradiciones históricas y en la vida de hoy día. La verdadera autenticidad no puede ser conseguida por preservación”.

Las danzas mandé siguen evolucionando, alejándose de su contexto original. Ello tiene de positivo el ponerlas al alcance de cualquiera que se proponga practicarlas, pero tiene de negativo la pérdida de su esencia. ¿Cuál sería la manera de no perder el conocimiento tradicional y a la par, evolucionar culturalmente? Recogiendo este conocimiento. Por ello, es fundamental realizar trabajo de campo en las aldeas y urbes de todo el territorio mandé, acompañando la recogida de la información más relevante -cuándo, quien, por qué, para qué, etc- con la elaboración de material videográfico.