20 Abr Los Afrodescendientes argentinos durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas
Escrito por Gisele Kleidermacher, profesora de grado y posgrado en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires e Investigadora del CONICET
En una entrada anterior de este mismo blog, habíamos subrayado ya la fuerte presencia de la población de ascendencia africana en la Buenos Aires colonial y post independencia. Algunos historiadores afirman que los afrodescendientes conformaban en aquel tiempo casi el 30% de la población total de la ciudad, trabajando, sobre todo, como esclavos en las casas de las familias más adineradas, aunque también podían realizar labores artesanales y de venta ambulante en beneficio de sus amos.
La historiadora Marta Goldberg, especialista en este campo, señala que en el siglo XVIII se habían constituido en Buenos Aires diversas cofradías católicas en la población de origen africano, al igual que la blanca, se reunía bajo la advocación de un santo patrono. Estas cofradías respondían a un doble propósito: por parte de los africanos: reunirse con los de su misma condición; por parte de la sociedad colonial: mantener bajo control, por medio de la acción de la Iglesia, cualquier manifestación colectiva que pudiera poner en peligro el orden establecido.
Hacia finales de este mismo siglo, los afroporteños (1) comenzaron también a organizarse en Sociedades o Naciones, fuera de la órbita de la Iglesia, las cuales cobraron mayor importancia tras la Revolución de Mayo de 1810, cuando se obtuvo la independencia de España, y más aún, luego de la “libertad de vientres” dispuesta por la Asamblea Constituyente del año 1813, que decretaba que todo aquel niño nacido de una mujer esclava sería libre a partir de ese momento.
Con el tiempo, esas Sociedades o Naciones comenzaron a adquirir terrenos en los que establecieron la sede de sus organizaciones. Allí celebraban también sus fiestas y bailes, durante los cuales efectuaban colectas y rifas para autofinanciarse. Asimismo, tocaban también los tambores y bailaban el candombe, que estaba prohibido en otros sitios.
Tras la independencia, el país comenzó a sufrir agudas divisiones políticas, entre dos grandes tendencias, los federales y los unitarios. Juan Manuel de Rosas, Gobernador de Buenos Aires durante dos períodos, 1829-1832 y 1835-1852, fue el líder de los primeros y recibió el título de “El Restaurador”, tras lograr restablecer el orden en una Buenos Aires convulsionada por el enfrentamiento civil entre ambos bandos, orden logrado mediante el uso expeditivo de la fuerza.
En el marco de este feroz enfrentamiento entre tendencias políticas, Rosas buscó el apoyo de la población negra de la ciudad. Esta estrategia se desarrolló de manera paulatina y se presta a ser interpretada de diversas maneras. Por una parte, y tal como señala Giménez (2010), se sirvió de esta población, que era la de menores recursos y estatus social, como fuerza de choque contra sus opositores. Este rol social protagónico, como nos advierte el autor, no emancipaba a los afroargentinos de su posición social subalterna ni de su utilización política interesada.
Sin embargo, la población afroporteña obtenía otros beneficios, al serle
permitidos los bailes y candombes, antes prohibidos y ahora oficializados por el gobierno de Rosas. Este último hecho reviste suma importancia, ya que estas danzas constituían un medio esencial para la interacción entre los miembros de esta comunidad, así como un vehículo privilegiado para manifestar sus propias formas culturales, que, asimismo, operaban como un instrumento de resistencia.
Otro aspecto clave de la relación entre Juan Manuel de Rosas y la población
afroporteña consistió en su derogación de la trata de esclavos en 1840, debido a las presiones británicas. Sin embargo, hubo que esperar hasta el año 1853 –y en la ciudad de Buenos Aires hasta 1860– para que la abolición concluyera, al menos sobre el papel, con siglos de esclavitud y de servidumbre.
De esta forma, Rosas se concentró en la promoción de los medios de
sociabilidad empleados por la población negra −las asociaciones comunitarias y sus expresiones músico-religiosas− como un medio para captar su apoyo. Esta peculiar relación propició un protagonismo de la comunidad negra en la esfera pública previamente impensable. En esta misma línea, y con el fin de reforzar el sostén de esta comunidad, Rosas también colocó a oficiales de ascendencia africana en puestos clave en el manejo de la tropa.
De acuerdo con Giménez (2013), el reclutamiento de la población afrodescendiente para las guerras era algo frecuente desde antes de la Revolución de Mayo y continuó siéndolo también durante las guerras civiles. De este modo, la presencia de afrodescendientes en la tropa regular y en la milicia era una práctica ya asentada, pero que con Rosas se hizo todavía más intensa.
Tal como observan los historiadores George Reid Andrews (1989) y Florencia Guzmán (2006), el gobernador se encargó de cortejar a los sectores “negros” empleando un hábil combinación de propaganda, halagos y genuinas concesiones, con el fin de ganarse su apoyo para la causa de la Federación.
Tras la caída de Rosas, los unitarios se valieron de la coyuntura con el objetivo de vincular la figura del “tirano” con la de los afroargentinos. El historiador George Reid Andrews (1989) nos explica, así, que “el racismo de los unitarios blancos se combinó con su odio por Rosas y los federales para transformar a los sectores negros en un símbolo recurrente del supuesto salvajismo y la barbarie”.
Para comprender mejor esta asociación, es necesario recordar que los unitarios admiraban la formidable expansión económica, social, territorial y cultural lograda por los principales países europeos y los Estados Unidos. Al mismo tiempo, eran lectores de los adalides del “racismo científico”, tales como el Conde de Gobineau, quienes atribuían los grandes éxitos de las principales naciones europeas a la innata superioridad de los pueblos blancos.
El hecho que Rosas otorgara una mayor visibilidad y protagonismo a la
población de color sólo acrecentaba su resentimiento contra él y contra “sus negros”, a quienes culpaban del papel subordinado de la nación en el concierto mundial y de quienes fueron haciendo un símbolo recurrente del supuesto salvajismo y barbarie de los años rosistas.
Entre otras medidas, el candombe fue prohibido y el conjunto de esta población paulatinamente invisibilizada. Tal como observan los antropólogos Frigerio y Lamborghini, sus contribuciones resultaron re-significadas dentro de una “argentinidad” genérica, dejando de ser expresiones reivindicativas de un grupo étnico particular. “Las murgas, la payada, el tango, al empezar el siglo XX son prácticas sociales que ya han
sido absorbidas, si bien en una posición marginal, por la población blanca” (Reid Andrews, 1989: 196). En cuanto al candombe, éste se mantiene presente, unas veces de un modo más marginal y otras, en cambio, de manera más visible.
Habría de pasar cerca de un siglo para que el mundo de la afrodescendencia argentina comenzara a salir de la invisibilidad a la que se la había condenado.
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(1) Con el término afroporteños hago referencia a la población de origen africano residente en Buenos Aires. Sin embargo, el término afrodescendiente “se propuso como categoría de autoidentificación en la
Conferencia Ciudadana contra el Racismo, la Xenofobia, la Intolerancia y la Discriminación realizada en Santiago de Chile en 2000, y comenzó a popularizarse después de la III Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y Formas Conexas de Intolerancia de Durban, Sudáfrica, en 2001” (Frigerio y Lamborghini, 2011b:29). Dicha categoría expresa una identidad política latino-americana resignificando el término de identificación política “negro”, que todavía presenta vínculos
con la historia colonial (López, 2006a).
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Bibliografía
Frigerio, Alejandro (1993): “El Candombe Argentino: Crónica de una muerte
anunciada”. Revista de Investigaciones Folklóricas, N° 8, Pp. 50-60.
Frigerio, Alejandro y Lamborghini, Eva (2011): “Procesos de Reafricanización en la sociedad argentina: umbanda, Candombe y Militancia afro». Revista PósCiênciasSociais, 8(16).
Giménez, Gustavo Javier (2010): “Entre lo público y lo privado. La continuidad de las expresiones culturales afroporteñas (1820 -1852)”. Estudios Históricos, año II,nº 4.
Giménez, Gustavo Javier (2013): “Identidad étnica e identificación política. Los afroporteños durante el rosismo”. Estudios Históricos, año V, nº 10.
Goldberg, Marta (1976): “La población negra y mulata de la ciudad de BuenosAires, 1810-1840”. Desarrollo Económico. Vol. 16, N° 61, Pp. 75-99.
Guzmán, Florencia (2016): “La carrera de la revolución. Manuel M. Barbarín, esclavizado, libre, político y militar (1781-1836)”. Ponencia presentada en el Congreso de LASA, Nueva York, 30 de Mayo de 2016.
Reid Andrews, George (1989): Los afroargentinos de Buenos Aires. Buenos Aires: Ediciones de La Flor.
Yao, Jean-Arsène (2015): “Construcciones de lo negro: una lectura ideológica de las representaciones de los “los bufones de Rosas”. Estudios Históricos, Año VII – Nº 14, Pp. 1-16.