“Los Black Panthers fueron los últimos de una larga lista de visionarios”

“Los Black Panthers fueron los últimos de una larga lista de visionarios”

Entrevista a Pablo Sánchez León por la periodista Silvia R. Zazo

Los Black Panthers fueron una organización fundada en 1966 en Estados Unidos por Huey Newton y Bobby Seal con una primera tarea: observar y denunciar las arbitrariedades policiales contra la población negra. De corte socialista revolucionario, su actividad comienza en Oakland (California). En sus primeros años experimentan un crecimiento auténticamente vertiginoso. Pero en breve, el hostigamiento policial los diezmará. Tras su disolución oficial en 1982, se producen dos reagrupamientos posteriores, uno en 1989 y otro en 2004, ya casi de carácter anecdótico. Sin embargo,
sus planteamientos, sus propuestas y su misma estética no han dejado, por ello, de seguir siendo un valioso referente para mucha gente en todo el mundo.

Pablo Sánchez León es licenciado en Historia Moderna y Contemporánea y Doctor en Historia. Se ha especializado en el estudio de las identidades colectivas y su papel político en distintos contextos históricos. Es autor de numerosos artículos y libros y ha sido profesor visitante en la Universidad de California y en la Sabanci University, Estambul. Actualmente es investigador en la Universidad de Nova.

¿Cuál es el origen de los Black Panthers?
El origen de los Black Panthers hay que buscarlo, en primer término, en el llamado “Movimiento por los Derechos Civiles”. Éste es una suerte de gran oleada de actividades políticas encaminadas a denunciar el carácter inherentemente racial de la democracia norteamericana. Este movimiento se inició una vez que la mayoría de la población afroamericana realizó su ingreso en un mercado de trabajo redimensionado por el esfuerzo militar-industrial de la Segunda Guerra Mundial.

En ese contexto de integración en la ciudadanía por la vía del mercado, la histórica posición subalterna de la comunidad afroamericana se hizo impúdicamente visible. Emergió una generación de personas de color que ya no eran simplemente herederos directos de la organización del trabajo esclavo, con sus lógicas psicosociales de deferencia y paternalismo. Eran ya, a todos los efectos, ciudadanos, salvo por el pequeño detalle de la proliferación de innumerables mecanismos, legislativos, unos, y socio-culturales, otros, que mantenían a los negros excluidos de los beneficios de la ciudadanía.

Pasar a formar parte del “sueño americano” sin construcciones ni limitaciones era seguramente el objetivo bien pensante de las diversas organizaciones surgidas en la sociedad civil americana, a fin de elevar la dignidad e integrar plenamente a los afro-americanos. Sin embargo, lo que parecía que podía lograrse a corto plazo y de modo natural se convirtió en breve en una experiencia amarga y, sobre todo,frustrante para la nueva ciudadanía de color. La mezcla de resistencias pasivas y activas a la promoción de la igualdad racial produjo una generación de jóvenes con conciencia de las barreras instituidas a la integración y la dignificación, en cuyo seno surgieron líderes políticos y mediáticos que, por primera vez, se dirigían a la minoría y ponían el dedo en la llaga de esas realidades estructurales de la democracia americana.

Los Panthers fueron en ese sentido los últimos de una larga lista de visionarios y activistas, aunque con más capacidad organizativa y un lenguaje más radical.

¿Está justificada la utilización de armas?
La exhibición de armas en público por los líderes panteristas de primera hora no es sólo que estuviese justificada, sino que entonces era una práctica perfectamente legal reconocida por la Segunda Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos. Lo que hicieron los Panteras Negras al utilizarlas fue hacer uso de un derecho constitucional reconocido a todos los ciudadanos norteamericanos.

Lo relevante es que hasta entonces los afroamericanos no habían ejercido este derecho sin incurrir en enormes riesgos para su integridad y su vida: tal vez la expresión más acabada del racismo instituido con la democracia en Estados Unidos era el sentido común con el que se sobreentendía que el portar armas era un derecho exclusivo de los blancos.

Una parte de la apropiación de esa práctica por los líderes panteristas tenía así una dimensión de crítica, de llamar la atención acerca de la desigualdad en el acceso a los recursos –que es lo que hay siempre detrás del ejercicio de los derechos- disponibles para todos los miembros de la comunidad. La otra, obviamente, era extremadamente política.

Los Panteras Negras no empleaban las armas solamente como el ejercicio de un derecho, sino, ante todo, como una necesidad de mostrar su capacidad de auto-defensa ante un sistema institucional que, en última instancia, mostraba su brutalidad a través del empleo indiscriminado de la violencia policial contra las comunidades afroamericanas.
“Brutalidad” es una palabra muy empleada por los Black Panthers, con un doble sentido que en castellano se pierde: el “cerdo” policía muestra ser un “bruto” al emplear la fuerza, y las balas asesinas para imponerse. Además, el efecto de esa violencia ejercida sobre la minoría afroamericana era la conversión de sus víctimas igualmente en “brutos”, en animales.

Portar armas, estar preparados para la auto-defensa ante el sistemático abuso policial, era una manera, no sólo de parar esa lógica perversa de sometimiento, sino también de contribuir activamente a la dignificación y la autoestima de una población excluida de los beneficios de la ciudadanía y la riqueza colectivamente generada.

Hoy en día es más difícil reivindicar o justificar el ir armado. Los Panteras eran revolucionarios: se sentían parte de un movimiento planetario por la dignidad de las poblaciones subalternas, y en aquella época la retórica y la estética de las armas era inseparable de los ideales y los discursos que se declaraban revolucionarios.

Es interesante, en ese sentido, que la postura de los Panthers contribuyera a que en todos los Estados del país fuesen siendo derogadas una a una las leyes que permitían portar armas en público. Es claro el temor que desató entre las élites y sectores conservadores blancos.

Con todo, ello no impidió que los Panthers fuesen represaliados a sangre y a fuego con armas por parte de la policía. Ni tampoco terminó generando un debate a escala nacional acerca del peligro colectivo de mantener la libertad de poseer armas: simplemente se acabó a tiros con la intentona de los radicales negros de competir con la policía en el empleo de las armas. La violencia racial, racista, y el sometimiento de los negros a los blancos, es decir, la democracia racial expresada en la violencia armada contra la población afroamericana se mantuvo, y ha permanecido estructuralmente idéntica hasta la actualidad, incluso tras la presidencia de Obama.

Los Panthers ni promovieron ni frenaron la cultura de la violencia civil armada de Estados Unidos, que muestra, así, ser ante todo un producto del supremacismo blanco y un ingrediente consustancial a la democracia racial de ese país. En cambio, señalan un problema esencial de las luchas de los oprimidos: es muy difícil acabar con el sometimiento sin el recurso a la violencia.

¿Cuál fue su relación con Malcom X y Bob Dylan?
De diferente manera, y a la vez con una cierta analogía. A comienzos de los años 60, tanto Malcolm como Dylan eran ya iconos o emblemas de una determinada posición contra el establishment. Sólo que Malcolm era un símbolo de clara dimensión política, cosa que Dylan ni era ni aspiraba a ser. Pero en ambos casos hablamos de sujetos marginales que se están convirtiendo en ejemplares o modélicos de unas actitudes que apelan cada vez más a mayorías, sobre todo entre los jóvenes. A ello hay que añadir que ambos son notorios por el uso que hacen de la palabra para transmitir ideas con capacidad de penetrar con fuerza en la audiencia y producir cambios de identidad duraderos.

Sin Malcolm X, los Panthers no habrían existido. En primer lugar, su concepción de la autodefensa y su crítica al racismo entre los negros –el llamado culturalismo, dominante entre las élites culturales y políticas afroamericanas hasta la irrupción de los Panteras Negras, y en parte también después de ellos-, junto con un lenguaje revolucionario que incluye la violencia y el imaginario emancipatorio de las minorías poscoloniales, que también están bien encarnados en Malcolm X, forman el núcleo discursivo de los Black Panthers. Dylan, por su parte, que es un bardo popular heredero de Woody Guthrie y las baladas de la crisis del 29, solo que trasladadas del terreno social y político al identitario y emocional: lo que aporta es una mirada crítica acerca de las convenciones de la cultura blanca dominante, y una apuesta por tomar distancia de ellas.

La radicalidad del mensaje de Dylan, y la integridad que destila su postura, contribuyen a que los Panthers entiendan que también en el mundo cultural de los blancos hay cosas que se mueven, contradicciones y sujetos emancipados de sus convenciones. De cara a la futura coalición con estudiantes y pacifistas, ésta será una muy buena primera toma de contacto con no-afroamericanos que merecen confianza.

¿Cómo influye la guerra de Vietnam?
La Guerra de Vietnam es esencial para la trayectoria de los Panthers desde sus primeros pasos. Se trata de un conflicto colonial que tensa las políticas imperialistas desplegadas por Estados Unidos, pero esta lógica geoestratégica se topa con una resistencia creciente entre la opinión pública nacional.

En el caso de los jóvenes, la resistencia se transforma en movilización política y en el surgimiento de toda una cultura antibelicista de masas, que, a la vez, que operó como crisol de muchas otras protestas sociales y políticas entre la población blanca, o a escala suprarracial, funcionó también como un puente semántico esencial con la emergente identidad panterista.

Los pacifistas blancos van a ser los aliados más seguros y duraderos de las actividades de los Black Panthers y viceversa. Y se entiende, porque si los jóvenes blancos se consideran forzados a combatir en una guerra extraña y lejana, los Panteras Negras se consideran a sí mismos dobles víctimas de la Guerra del Vietnam: además de arbitrariamente enviados a luchar en ella, interpretan el conflicto como el intento de Estados Unidos de mantener un imperialismo a escala planetaria que también se reproduce en el interior del país, sobre ellos, los negros, cuyos emergentes líderes radicales se ven a sí mismos como la avanzadilla de una lucha anti-colonial que también se viene dirimiendo dentro de las fronteras de Estados Unidos. Vietnam epitomiza todo eso.

¿Cómo se estructuran los Black Panthers y hasta dónde llega su influencia geográfica? ¿Hay algún precedente en África?
Los Panthers no son una organización política centralizada, aunque existe la tendencia a intentarlo dentro de todas las organizaciones de corte revolucionario y paramilitar. En la práctica, sin embargo, el partido se organizó desde el principio coordinando entre sí células surgidas a menudo de manera espontánea y autónoma a lo largo de la geografía del país, a partir de la primera célula creada en Oakland, en la bahía de San Francisco, por los líderes principales, Bobby Seale y Huey P. Newton. De hecho, la célula de Los Ángeles, en el mismo Estado de California, nació casi a la vez que la de Oakland, y mostró ya una clara autonomía. A continuación, surgieron focos con distintas sedes y células en Chicago y en la Costa Este.

La implantación de los Panthers fue a la vez fulgurante y bastante desigual: no en todos los Estados estuvieron igual ni necesariamente bien organizados. En muchos Estados del Sur su presencia fue testimonial y, en general, los Panthers no pudieron controlar ni seleccionar a su militancia.
Fue siempre más un gran fenómeno socio-organizativo que una plataforma política coordinada. De este modo, los Panteras desarrollaron algunos de los programas sociales más exitosos de la historia estadounidense –como el de desayunos para escolares- en su intento de dotar de coherencia a sus actividades a escala nacional. Como puede apreciarse, éste y otros programas tenían más una dimensión social y de suplementación de un Estado del Bienestar inexistente para los negros que un objetivo explícita y primordialmente político.

La línea base de la organización a escala local era la de distribución de su órgano de prensa, The Black Panther, una revista con una enorme difusión, que no sólo constituía la principal fuente de financiación del partido, sino que era además el vehículo fundamental para la expansión y cohesión de la identidad panterista por todo el país. Su éxito editorial no evitó que el partido se llenase de arribistas y agentes infiltrados del FBI.
La historia de la organización está llena de claroscuros, como corresponde por otra parte a su vertiginoso crecimiento sobre un territorio tan extenso y una sociedad tan compleja, incluso entre los afroamericanos, como la norteamericana de los años 60.

Los antecedentes africanos más notorios son de tipo discursivo: nos acercan a la obra de Franz Fanon, una muy original combinación de pensamiento antirracial y anticolonial, que aportó una profundidad teórica y a la vez una disposición para la práctica que están en la base del movimiento panterista.

¿Fueron determinantes los grandes años de la cosecha de 1964 a 1966?
Sin duda, porque en esos mismos años de la opulencia las comunidades afroamericanas distaban mucho de haber alcanzado los niveles de empleo y bienestar del resto del país.
En esa conciencia de no formar parte del “sueño americano” hay que rastrear los orígenes de los Black Panthers.

Y en un sentido concreto y local, los dos fundadores de la primera célula del Black Panther Party, Bobby Seale y Huey P. Newton, eran ambos parados de larga duración, pese a su juventud, y habituales receptores de cursos para la integración laboral finalmente convertidos en monitores para la integración de jóvenes afroamericanos desempleados. Ambos eran gente “forzada al ocio”, cuyo acceso a la educación superior se produjo en los intersticios del sistema universitario de California, a través de su inscripción como estudiantes adultos que cursaban en su tiempo libre en universidades locales con matrículas a precios asequibles.

Sin embargo, el hecho de que Oakland, un barrio-comunidad de mayoría afroamericana creado al calor de la expansión del capitalismo posbélico en donde residían estuviera contiguo a la ciudad universitaria de Berkeley, modelo de universidad semi-pública de calidad para blancos y sede del movimiento estudiantil y antimilitarista, permitió a los futuros líderes panteristas combinar sus aprendizajes callejeros, como monitores y como estudiantes en diálogo permanente con los estudiantes blancos radicales de clase media y los vecinos negros brutalizados e indignados de extracción popular.

De esa mezcla surgió su programa radical que, pese a su retórica revolucionaria, visionaba más bien una política de reformas que permitieran la definitiva integración de la minoría afroamericana en la ciudadanía de la primera potencia mundial como un proceso que, a su vez, convertiría a Estados Unidos en una suerte de gran economía social, con una fuerte intervención estatal en la producción y una sociedad civil
reintegrada en torno de una distribución no dominada por las relaciones de mercado.

Para los parámetros del liberalismo económico de la época, y en plena Guerra Fría, eso sonaba a comunismo rampante y a peligroso desorden anárquico, que había que desacreditar a toda costa, precisamente porque brotaba del interior de la gran potencia imperial capitalista.