Percepción de la muerte y rituales fúnebres en los pueblos africanos (IV). Sahel

Percepción de la muerte y rituales fúnebres en los pueblos africanos (IV). Sahel

Escrito por Alejandro M. Abrante García, teólogo especialista en pastoral y misionología y graduado en el Curso Cultura y pensamiento de los pueblos negros

Senegal


En ciertas zonas de Senegal se practican rituales funerarios para preservar los vínculos entre el difunto y su entorno, así como la presencia de este último entre los miembros de su familia, especialmente en los momentos posteriores al fallecimiento.

De esta manera, los miembros de la familia se reúnen para discutir y acordar cómo organizar el funeral. Si el difunto era muy anciano, especialmente a partir de los setenta años, beberán, comerán y cantarán loas al muerto, lo que supone una prolongación de su existencia en este mundo.

Entre las diolas de Casamance es el difunto quien preside su propio funeral, vestido con sus mejores ropas, sentado en su silla habitual, a la que se le amarra y con una mano levantada como para saludar a los presentes. En ocasiones, si el difunto no era muy mayor, los sabios celebran una serie de rituales para interrogarlo y averiguar si murió o no de muerte natural, antes de acompañarlo a su último hogar. Las mujeres lloran y a veces se echan a rodar por el suelo, terminando así de dar un colorido épico y triunfante al cortejo funerario.

Preparación ceremonia Bosque Sagrado. Casamance (Senegal). Fuente: Wikimedia

Gambia


En Gambia, cuando se produce una muerte todo el mundo acude a la casa del difunto y la vida diaria se paraliza.  Los funerales en Gambia, conocidos localmente como dech, muestran una clara influencia musulmana. Sin embargo, no todos los ritos funerarios siguen estrictamente los mandatos de la Sharia. Ello depende de si se es musulmán o católico, o de si se opta, en cambio, por un funeral acorde con la religión tradicional. Centrándonos en este último caso, cuando alguien descubre la muerte de una persona, avisa al resto de la familia en la casa. Más tarde los ancianos informarán a los amigos cercanos y a todos los conocidos. A partir de este momento, todo se desarrolla en la plaza pública y todo el mundo debe estar presente. De hecho, si alguien no acude, podría ser considerado sospechoso de la muerte.

El cadáver es colocado dentro de un ataúd tradicional, muy sencillo y fabricado de manera artesanal. Dentro del ataúd y junto al cuerpo, se deposita también la ropa y las pertenencias más valiosas del difunto. Si era una mujer, le ponen sus joyas. Así el día en que se reencuentre con sus familiares en el más allá podrá presentarse dignamente ante ellos.

Los familiares y vecinos vienen a la casa, se quedan en ella y beben vino de palma. Dependiendo del nivel económico de la familia y de la posición social del difunto, se sacrificarán uno o más animales para celebrarlo. Luego, cuatro porteadores llevarán en andas el ataúd, al tiempo que bailan, para ir localizando entre la multitud a las personas más cercanas al fallecido.

Se realiza luego el interrogatorio o ‘autopsia tradicional’, a fin de determinar la causa de la muerte. La averiguación empieza con la primera persona con la que se haya topado el féretro. Ella se pone delante del mismo y le dice públicamente al difunto: «Me dirijo a ti y quiero saber si has muerto de muerte natural. Si ha sido así, te deseo un buen viaje y un feliz reencuentro con nuestros antepasados».

Al escuchar esta pregunta, si el féretro retrocede y avanza, esto se interpretará como una confirmación de que se ha tratado, en efecto, de una muerte natural. No obstante, hay que ratificarlo, por lo que el féretro se dirige entonces a otra persona cercana, a la que se le dirige la misma pregunta. Así se va haciendo con distintos allegados del fallecido, hasta despejar cualquier duda.

Si, en cambio, el féretro, al escuchar la pregunta, se quedara quieto, o retrocediera y fuera a buscar a otra persona, se desatarían las sospechas de que la muerte ha sido provocada. Entonces se continuaría con el interrogatorio, y si al final, después de varias horas, no se hubiera sacado nada en claro, se preguntaría al difunto: «¿Si vamos al bosque sagrado nos dirás qué ha pasado?». Si el féretro retrocediera y avanzara, la respuesta sería sí.

Marcharían entonces al bosque sagrado y allí proseguirán indagando, con la presencia de los familiares más cercanos, hasta establecer la causa real de la muerte.

Según las costumbres de la religión tradicional, se debe enterrar a los difuntos en el Bosque Sagrado.

Mali


Aunque la etnia mayoritaria en este país es la bambara, que forma parte del grupo mandé, aquí voy a hablar de los dogon.
Viven en zonas distantes, en una meseta rocosa al oeste y una llanura arenosa al este, cerca de Burkina Faso. Originariamente vivían escondidos en cuevas, huyendo de la esclavitud o de la influencia del islam.

La etnia se divide en dos categorías determinadas por nacimiento: los puros (innenomo) y los impuros (innepuru). Estos últimos forman parte de una sociedad secreta llamada Awa, compuesta sólo por varones circuncidados. La jerarquía viene determinada por la edad y su líder espiritual es el olubaru. A este grupo se le encomienda el culto a las máscaras y de todo aquello que tenga relación con la muerte, como la preparación del cadáver, el entierro, los sacrificios de animales y el banquete funerario.

Realizan rituales funerarios (bundo del bajo), que terminan con el levantamiento del duelo, normalmente a las afueras de la aldea, ya que no cuentan con un lugar físico de culto.

Cuando un dogón muere se avisa al resto de la tribu mediante redobles de tambor y campanas. Toda la comunidad suele congregarse rápidamente para ofrecer el pésame a la familia y luego acompañar el cuerpo del fallecido. Éste se colocará en el interior de una de las cuevas existentes en los acantilados de la Falla de Bandiagara, destinadas a albergar los cadáveres. Posteriormente los hombres de la sociedad Awa
aprovechan el momento para acercarse a la cueva donde tienen guardadas las máscaras con las que, al día siguiente del fallecimiento, y fuera del territorio sagrado del chamán (hogón), celebran sus rituales fúnebres.

El día se inicia con danzas en las que cada uno luce sus máscaras en el tejado de la casa del muerto, para luego ir recitando cánticos funerarios en los que se rememorarán las hazañas de esa persona, a fin de que pasen a formar parte de la memoria colectiva. Este ritual sirve para conducir el alma del difunto (nyama) a su descanso eterno. Las máscaras se guardan para simbolizar que el alma del fallecido ha sido llevada a la cueva en donde reposará eternamente, a la vez que para espantar a los espíritus que se han sentido atraídos por la muerte y defender a los vivos del daño que pudieran causarles.

Máscara (Mali). Fuente: Wikimedia

En la terraza del de la casa del difunto se levantan monumentos hechos con algunos de sus objetos personales. Si era un guerrero, se erige una maniquí de tamaño natural vestido con atuendo militar. Las viudas de la familia bailan frente a la entrada de la casa con calabazas rotas, sostenidas por encima de sus cabezas y que ya no serán utilizadas para servir o almacenar comida, pues ahora recibirán un papel meramente ornamental.

Normalmente se sacrifica un macho cabrío, al que se le castra, se le corta la garganta y se le arroja al suelo. El objetivo de estas acciones es ayudar al difunto en su viaje hacia el más allá. También se presentan ofrendas a los espíritus mediante el sacrificio de animales, que formarán parte de un banquete funerario colectivo junto al macho cabrío sacrificado.

Finalmente, los familiares varones subirán al tejado, se arrodillarán y se arrojarán tierra sobre sus hombros con el fin de propiciar un próximo nacimiento en la familia, que permita que el alma del fallecido pase a un descendiente. De este modo, el próximo niño que nazca en el seno de la familia heredará las obligaciones del fallecido, al que además deberá honrar mediante ofrendas regulares en el altar de los antepasados (wagem). Este altar está situado en una estructura cubierta que da a la terraza de la casa familiar, en la cual hay varios cuencos rituales que sirven para que los espíritus de los muertos que les visitan puedan comer y beber de ellos.

Cada dos o tres años se celebra además un ritual llamado dama, mediante el que se incita a los espíritus de los fallecidos e inhumados varios meses atrás a abandonar por fin el mundo de los vivos y dirigirse al país de los antepasados. En el transcurso de este ritual se coloca a la salida de la aldea una vasija llena de cerveza que un pariente del difunto derriba de una patada, para dar a entender con claridad que, de ahora en adelante, el muerto ya no podrá comer ni beber y tendrá que abandonar ya el mundo de los vivos. Después los hombres-máscara danzan durante tres días para indicarle el camino del otro mundo, en donde deberá morar en lo sucesivo (Dieterlen & Rouch 1974).

Cada sesenta años se celebra una gran fiesta con motivo de la ceremonia de la “Gran Máscara” Sigui. Éste es el momento en el que sólo unos elegidos son admitidos e iniciados en los ritos mistéricos de la sociedad.

Según el pensamiento tradicional dogon, al principio no existía la muerte. Dyongou Serou fue el primer dogón que murió y tomó forma de serpiente. A partir de este momento la muerte se empezó a transmitir por contagio y los hombres a transformarse en serpientes. Por ello, este animal ostenta un significado especial en sus representaciones artísticas. Los awa celebran el culto a su antepasado con unas máscaras muy particulares, mediante las que rememoran este acontecimiento mítico.

Todos estos ritos, que conllevan la utilización de máscaras, son efectuados por varones iniciados que han aprendido las técnicas necesarias para entrar en contacto con lo sobrenatural. Las máscaras rituales van variando entre ceremonia y ceremonia. Existe una compleja gradación entre ellas. La más importante y central dentro del ritual funerario es la kanaga, de forma rectangular y de gran tamaño, que representa al pájaro del mismo nombre.

Las máscaras también ocupan un lugar destacado en la vida religiosa de los mossi (moose o mosé) de Burkina Fasso, especialmente en los funerales. Las máscaras de madera talladas representan los tótems animales y espíritus protectores de los clanes nyonyose en los funerales de los ancianos. Además, son una especie de observadores que en los entierros vigilan que todo se haga de la forma adecuada.

También sirven para honrar al difunto y para confirmar que su espíritu merece ser aceptado en el mundo de los antepasados.

Wennam es su dios creador, al que asocian con el sol y con el poder y la jerarquía política nakomsé. También podemos encontrarnos con un camaleón llamado Loumpfana, que simboliza la muerte y resurrección, en contraposición al lagarto de cabeza azul (galarala), que es la muerte y pudrición.

Fiesta fúnebre de Balayo. Mali. Fuente: Wikimedia