21 Ago Racismo sistémico, xenofobia y afrodescendencia en la República Dominicana (II). El caso de la provincia de La Romana
Escrito por Joan López Alterachs, antropólogo africanista y graduado en el Curso de Cultura y Pensamiento de los Pueblos Negros
¿Qué pretendo?
Como ya apunté en la primera entrega de este trabajo, en la República Dominicana uno se encuentra con una marcada desconexión entre los discursos y las prácticas imperantes, empezando por el extendido convencimiento popular de que en el país no hay racismo. También resulta extraordinariamente llamativo el alejamiento de la sociedad dominicana con respecto a su herencia africana. Todo estas paradojas merecen ser investigadas, a fin de ayudarnos a comprender y visibilizar mejor un agravio social que pesa gravemente sobre la vida cotidiana. Lo deseable sería revertir esta extendida tendencia al ofuscamiento racial y promover un sentimiento de pertenencia en positivo hacia la cuna africana. Guiado por esta aspiración voy a procurar aportar aquí mi granito de arena.
¿Qué me cuestiono?
El racismo sistémico en la República Dominicana es el resultado de una serie de procesos históricos acaecidos en la región; ya sean estos políticos,
económicos, culturales o migratorios. Son procesos que han ido conformando el actual panorama identitario del país, el cual se plasma en una visión claramente sesgada acerca de la diversidad humana del país (Cassá, 1983; Mateo, 2018; Moya, 2008). Se trata de una sociedad acostumbrada a vivir en una auténtica pigmentocracia 1 , en la que quien no es “tan negro” se siente superior a quien lo es más (Fanon, 2009).
Se aleja a la población dominicana de su ascendencia africana, al tiempo que se la anima a resaltar en exclusiva todo aquello que la une con la antigua metrópoli.
Se trata de una visión promovida de manera deliberada desde las propias instituciones nacionales. La falta de inversión en el sistema educativo, que se cuenta entre los peores del mundo, facilita esta distorsión de la historia nacional, implicando un fuerte desarraigo hacia el continente africano.
No es difícil escuchar que en el país no hay racismo, sino clasismo, pero esto no deja de ser una paradoja, pues es obvio que la mayoría del capital es acaparado por una burguesía mayoritariamente blanca, al tiempo que no se plantea la posibilidad de que las personas de piel más oscura puedan pertenecer a un estrato social situado por encima de la clase media o media-baja.
Es bien sabido que la mejor manera de manipular la historia estriba en la introducción de pasajes verídicos mezclados con aquello que se quiere enaltecer, pero que no tiene por qué ser cierto. Esta estratagema hace más difícil trazar una clara línea de separación entre lo verdadero y lo que es engañoso o simplemente inexacto. De esta manera se ha conseguido «educar» a una sociedad que, en gran medida, se considera una especie de «raza» multiétnica, integrada por, tal y como aprenden en las escuelas, blancos, taínos y negros. La falta de rigor en este aprendizaje de base implica que cada uno opte por aproximarse étnicamente a aquella banda de la que cree que se debe sentir más orgulloso y, sobre todo, aquella que se aleje más de la ascendencia africana.
¿Y cómo no hacerlo? ¿Cómo no querer aproximarse al fenotipo de la oligarquía que ha marcado el pasado y continúa marcando el presente del país?
Después de casi 180 años de independencia, no ha habido cambios al respecto y el país sigue en manos de las viejas élites, descendientes directas de aquellos primeros europeos que se repartieron la isla sin tener en cuenta al resto de la población.
Partiendo de toda esta problemática, me pregunto si a la sociedad dominicana le genera alguna inquietud lo cuestionable de esta historia oficial.
También me interesa aprehender si existe algún tipo de cuestionamiento por parte de los dominicanos en cuanto a la «identidad dominicana» promovida desde las instituciones y centros educativos.
Raza y racismo en República Dominicana
En el transcurso de mi trabajo de campo en la provincia de La Romana me he topado con una sociedad llena de contradicciones en cuanto a su tratamiento de la cuestión racial. Por una parte, he percibido ciertos discursos conciliadores entre la mayoría de mis informantes, en referencia a las diferencias fenotípicas, sólo radicalizados cuando estas diferencias incorporan el significante «Haití» dentro de sus argumentos. Pero por la otra, estos discursos benévolos, casi condescendientes hacia las personas de piel más oscura, no se ajustan a la práctica cotidiana de una gran parte de la población.
He podido constatar personalmente hasta qué punto el racismo forma parte de la idiosincrasia dominicana; muchas veces es inconscientemente, sí, pero sigue siendo racismo al fin y al cabo. La confusión preponderante con respecto al concepto de «raza» implica que, en líneas generales, no se sepa diferenciar claramente entre la intensa xenofobia que sienten hacia el pueblo haitiano y el racismo estructural imperante en su sociedad. Para mis informantes la cuestión racial queda circunscrita de manera monotemática a la migración haitiana y a ciertos enfrentamientos bélicos pasados entre la República Dominicana y Haití, que han generado un auténtico terror hacia la comunidad vecina en el imaginario dominicano. Se obvia así el hecho de que también existe la discriminación racial entre los propios dominicanos. La alusión a las diferencias fenotípicas en buena parte de las entrevistas acababa derivando en conversaciones en torno a Haití y los haitianos, si que yo hubiera hecho todavía ninguna referencia a ambos.
El asunto se volvía aún más complejo cuando introducía el término «afrodescendencia», pues aparte de que muchos de ellos no tienen muy claro el
concepto, existe un cierto rechazo a atribuirse este calificativo. Quien lo asume, no lo hace además precisamente de forma positiva «nosotros somos afrodescendientes, porque, como tú comprenderás, somos de África, lamentando el caso«, declaró un joven informante.
Asimismo, nos encontramos con una clara tergiversación con respecto al origen de los sentimientos de rechazo hacia los haitianos. Se señala que éstos los toman como enemigos, actitud ésta que yo no he advertido en mis largos años de convivencia con las dos comunidades, pues las palabras de odio siempre las he escuchado discurriendo de manera unidireccional desde los dominicanos hacia los haitianos y rara vez a la inversa. Se estaría, así, culpando a los haitianos de lo que realmente es algo propio de los dominicanos.
Todos discursos tan arraigados no se corresponden con las vivencias reales de mis informantes. De este modo, a pesar de todas las palabras corrosivas hacia los haitianos, difícilmente encontramos experiencias personales negativas en las relaciones con ellos. Así lo demuestra el propio reconocimiento de que en las comunidades con un índice elevado de haitianos y dominico-haitianos, la convivencia con el pueblo dominicano es ejemplar, lo que contradice la supuesta conflictividad entre las dos sociedades.
Parte de estos discursos discriminatorios responden a un claro racismo etnocentrista, pues se presupone una eventual amenaza cultural por parte de un grupo humano diferente, los haitianos, a quienes se exige someterse a los comportamientos y costumbres del grupo dominante, es decir, los dominicanos.
En cualquier conversación es fácil encontrar argumentos racializadores estereotipados, fruto de una educación y un imaginario popular capaz de inculcar el miedo y la desconfianza desde la infancia, incluso en personas con una alta formación académica.
Es una obviedad que el racismo y la xenofobia frecuentemente se confunden, pero ciertamente, lo que sucede en la República Dominicana es que se complementan.
1 Concepto que explica cómo la estratificación social resultante de la colonización española en América, estaba fundamentada, en buena parte, en el color de la piel.