Racismo sistémico, xenofobia y afrodescendencia en la República Dominicana (III). El caso de la provincia de La Romana

Racismo sistémico, xenofobia y afrodescendencia en la República Dominicana (III). El caso de la provincia de La Romana

Joan López Alterachs, antropólogo africanista y graduado en el Curso de Cultura y Pensamiento de los Pueblos Negros

¿Esperanza de cambio?

Hace casi tres décadas que camino por las calles de la República Dominicana, particularmente las de la ciudad de La Romana. En ellas he vivido innumerables situaciones atravesadas por el estigma racial y la xenofobia, pero con el tiempo he tratado de desarrollar una mirada antropológica, capaz de ayudarme a ir cuestionando unos comportamientos cotidianos a menudo completamente naturalizados y, lo que es peor, normalizados.

Lejos de aquel anecdótico bienestar inicial que me suscitó años atrás el disfrute de mi situación como blanco, objeto de un servilismo indigno hacia mi persona, el paso del tiempo me ha dado la oportunidad de recapacitar sobre mi propia socialización, como paso previo imprescindible para entender cómo se articulan las posiciones de poder en mi entorno. Pero para ser honesto, tengo que admitir que esta “deconstrucción” no ha hecho desaparecer por completo los prejuicios que llevo interiorizados desde mi niñez, aunque creo que sí los ha atenuado de manera incuestionable.

Ahora bien, y aquí aparece el gran desafío: si una persona como yo, avezada en la materia, familiarizada en la provocación para argumentar en pro de un innegable activismo a favor de la lucha antirracista, incluso con un núcleo familiar racializado por la sociedad en la que vive, se sorprende, de vez en cuando, a sí misma mostrando involuntarios sesgos racistas, aunque sean de la mal llamada «baja intensidad», ¿cómo aspirar entonces a un cambio social en profundidad que elimine por completo todas estas actitudes y prácticas discriminatorias? Pues justamente así: reconociendo para
empezar su presencia, para darnos cuenta de que todavía existe un amplio margen para la mejora, y mucho camino por recorrer hasta llegar por fin a un mundo en el que la equidad sea el paradigma de la convivencia humana. El racismo es una enfermedad de la sociedad y el no querer reconocerla no hará que desaparezca, ni nos hará curarnos de ella; hay que combatirla.

Mi investigación ha desenmascarado numerosas situaciones de discriminación. Algunas de ellas muy evidentes, como el racismo o la xenofobia institucional, el racismo cultural o el racismo aversivo. Otras formas, sin embargo, no son tan explícitas, pese a que pueden llegar a resultar mucho más lacerantes. Un buen ejemplo lo tenemos cuando alguna informante declara «sentirse orgullosa» por el hecho de tener la piel oscura. Este tipo de afirmaciones me incitan a reflexionar sobre el por qué de este orgullo. ¿Qué necesidad tiene una persona de sentirse orgullosa de su propio color de piel? La conclusión no deja mucho margen interpretativo: nosotros, fenotípicamente blancos, ni siquiera nos planteamos sentirnos orgullosos, o no, de nuestro color, porque en el fondo no tenemos ni sentimos esta necesidad, circunstancia ésta que nos sitúa de manera automática en un plano de superioridad involuntario (o no).

En la República Dominicana hablar de racismo genera recelo; y no sólo por el hecho de no querer asumirse esta problemática, sino que de manera casi automática te tachan de pro-haitiano. Esto hace que las personas que tienen interés en subvertir este agravio, aparte de ser muy minoritarias, se tengan que enfrentar a una casi segura acusación de antipatriotas. Gran parte de esta problemática empieza a gestarse desde las propias instituciones académicas. La educación oficial reglada que se imparte en las escuelas, en cuanto a los acontecimientos históricos particulares, las cuestiones raciales y la conformación de sentimiento de pertenencia «oficial», ocasiona graves perjuicios a largo plazo. Como proceso socializador institucional que es, propicia que las personas, ya desde su más temprana edad, interioricen un determinado discurso que, en el mejor de los casos, tardarán luego años en cuestionarse.

Foto: José Francisco Antonio Peña Gómez.
Fuente: Wikipedia

No obstante, hay dos elementos destacables que nos indican que no todo está perdido. En primer lugar, si bien es cierto que existe un sesgo en los discursos y prácticas acerca de la cuestión racial, así como en cuanto a la sociedad haitiana, este sesgo es bidireccional. ¿Y a qué me refiero cuando hablo de esta bidireccionalidad? Pues a que los sesgos los encontramos en lo que nos conduce a situaciones negativas, pero también en aquellas que derivan en comportamientos en positivo. El sesgo más evidente radica en la negación del racismo en un país en el que las prácticas discriminatorias por cuestiones fenotípicas forman parte del paisaje cotidiano. A ello se añade la gran cantidad de discursos anti-haitianos, que nos presentan dos sociedades completamente diferentes e irreconciliables y con costumbres antagónicas. Sin embargo, estos discursos estereotipados no se corresponden luego con la práctica real, sobre todo en aquellas comunidades con un alto índice de población haitiana o haitiano-descendiente, pues allí las dos colectividades conviven e interactúan de manera ejemplar. ¿Qué decir también del caso de José Francisco Peña Gómez 1? Tan cierto es que las altas esferas de poder le cortaron el paso, como incuestionable el que millones de personas votaran por él a pesar de su ascendencia haitiana y su color de piel.

El segundo elemento que quiero destacar es la leve tendencia a la mejora que se va detectando y que constituye un buen indicio de la posibilidad de un cambio más profundo. Las muestras incipientes de apertura hacia la africanidad, a través de algunas expresiones culturales como la música o el baile, con una gente joven que sube con fuerza y ​​con menos prejuicios raciales, nos da el impulso moral que nos hace falta para no desfallecer. Así mismo, el deleite que ha provocado en algunas personas esta investigación, incluso facilitándome información y contactos esenciales para poder documentarme de manera más precisa, me brinda a mí el empuje vital necesario para continuar profundizando en la cuestión. La intención inicial de que esta investigación no quedara en letra muerta parece que va tomando forma, y ​​deja la puerta abierta a continuarla desde hoy mismo.


1 José Francisco Peña Gómez (1937-1998) fue un abogado y político dominicano. Lideró el Partido Revolucionario Dominicano tras la renuncia de Juan Bosch en 1973. Fue candidato tres veces a la presidencia de la República Dominicana (1990, 1994, 1996) y ex alcalde de Santo Domingo (1982-1986) (https://es.wikipedia.org/wiki/José_Francisco_Peña_Gómez05/16/2021).

Bibliografia


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