04 Feb Amadou Hampâté Ba: una autobiografía en tiempos coloniales
Entrada escrita por Juan Ignacio Castien, director del curso «Cultura y Pensamiento de los Pueblos Negros».
Amadou Hampâté Ba (1900-1991) es tenido hoy en día por uno de los grandes intelectuales africanos del siglo XX. El calificativo no podría ser más justo con quien se distinguió a lo largo de su larga vida como un cronista meticuloso de la historia del Sahel, un pionero en el estudio de las tradiciones orales locales, un abogado del diálogo inter-religioso, un promotor de un islam abierto y espiritualista, y un apasionado defensor del valor universal de las culturas negro-africanas. Todos estos títulos hacen de su obra una fuente inacabable de informaciones, de análisis, de sugerencias y, también, y quizá ante todo, de un profundo deleite literario.
De todo ello se ha hablado y se ha escrito mucho durante décadas, y se seguirá haciendo también en el futuro. Por eso, en esta breve entrada queremos llamar únicamente la atención sobre algunos de los tesoros presentes en su voluminosa autobiografía, en la que comienza relatándonos la historia de sus abuelos paternos y maternos para concluir con un protagonista convertido en un joven funcionario de la administración colonial que, al mismo tiempo, está ya dando los primeros pasos en su prometedora carrera como etnógrafo e historiador.
Hampâté Ba, entre lo particular y lo universal
A lo largo de los dos densos volúmenes en los que está dividida la obra[1], desfilan ante nuestros ojos un sinfín de viejos relatos extraídos de la historia tradicional, de encuentros con los personajes más variopintos, de emotivas escenas de la vida cotidiana, de jugosas anécdotas de la política local y de frescos a mayor escala sobre los cambios que está experimentando su propia sociedad bajo el impacto del colonialismo.
Amadou Hampâté Ba sabe moverse con singular maestría, casi sin que caigamos en la cuenta de que lo está haciendo, entre lo más concreto y lo más general, entre el relato pormenorizado de pequeños sucesos, en apariencia banales, y una reflexión en profundidad sobre el curso que está tomando la historia de la región saheliana.
Esta habilidad para moverse entre lo particular y lo universal fue siempre un rasgo distintivo de nuestro autor. Se encontraba profundamente enraizado en la cultura de su propio pueblo, los peul [2], pero supo elevarse desde ella hasta los grandes problemas universales, sobre todo aquellos referentes al logro de una vida con sentido, en donde se pueda conciliar en la medida de lo posible el compromiso moral con la consecución de la felicidad personal. En relación con ellos, la experiencia de su propia gente, lejos de quedar reducida a una curiosidad exótica, se demuestra capaz de proporcionarnos lecciones aprovechables para todo ser humano.
En esta misma línea, su condición de musulmán convencido y de devoto practicante del sufismo no le impidió tampoco desarrollar un profundo diálogo con otras tradiciones religiosas. Una y otra vez, trató de llegar hasta lo universal partiendo de su propia particularidad
Gracias a estas habilidades y a este enfoque, se esforzó por hacer justicia a la complejidad de las realidades humanas. Sus descripciones y análisis no son sólo profundos y ricos. También están desprovistos de todo maniqueísmo moral. No se hace ilusiones con el colonialismo y no deja de denunciar sus arbitrariedades y su crueldad, así como la arrogancia y la estrechez de miras de muchos de los funcionarios franceses. Pero también es capaz de reconocer los valores humanos de otros muchos y sus aportaciones positivas.
Tampoco incurre en ninguna exaltación ingenua de las sociedades colonizadas. Es plenamente consciente de su pobreza, de su fanatismo, de sus desigualdades sociales y de todas las rivalidades y miserias que la atenazan. A lo largo de su obra, son muchos los golpes que el autor y sus familias reciben de otros africanos. Resulta particularmente el encarcelamiento de su padrastro, por culpa de las intrigas de sus enemigos dentro de la comunidad peul. Pese a ello, no pierde la compostura y sigue haciendo gala en todo momento de un fino sentido del humor y de una compresión profunda de la condición humana, con sus iniquidades, pero también con su grandeza.
La biografía de toda una sociedad
La obra contiene, ante todo, un análisis en profundidad de los cambios sociales propiciados por el colonialismo y sus reflejos en los aspectos más nimios de la existencia cotidiana de los colonizados. Es lo que ocurre con los adelantos tecnológicos, las reformas administrativas, las nuevas formas de pensar propagadas por la escuela y los medios de comunicación e incluso el aspecto físico de los europeos, que tanta sorpresa e inquietud despierta.
Contemplamos también las distintas estrategias con las que los colonizados intentan adaptarse al nuevo orden de cosas, contemporizando generalmente con un poder que saben invencible en ese momento y del que, con suerte, esperan obtener favores. En el subsiguiente juego hay, como siempre, ganadores y perdedores. Son muchos los que medran como jefes locales, como funcionarios y soldados, aprovechando a menudo el respaldo que les otorgan las autoridades coloniales para saldar cuentas con sus enemigos locales.
Pero otros no tienen tanta suerte. Resulta especialmente conmovedora la descripción de los aristócratas arruinados, desprovistos ya de recursos con los que mantener su estilo de vida cortesano y el de aquellos hundidos en la nada tras perder el favor del amo extranjero.
En suma, como toda buena biografía, la suya no se reduce a un recuento de peripecias vitales, sino que es capaz de enmarcar estas peripecias dentro del desarrollo histórico más amplio dentro de cual se encuentran insertas. No es, pues, solamente la biografía de un individuo sino, hasta un cierto punto, la de toda una sociedad
De nuevo, el movimiento incesante entre lo más particular y lo más universal otorga a esta obra un interés que desborda con mucho el ligado en exclusiva a un tiempo y un lugar determinados. Frente a cualquier tentación exotista, empeñada en resaltar la diferencia de un modo unilateral, absolutizándola, su enseñanza última estriba en resaltar todo aquello que de común tenemos los distintos seres humanos y, en consecuencia, nuestra capacidad para aprender de las vivencias más particulares de los demás.
[1] Amkoullel, l’enfant peul y Oui, mon commandant, publicados en Avignon por la editorial Actes Sud en 1992 y 1994 respectivamente.
[2] También conocidos como fulani, fula, fulbe, pular o halpularen.
Título: Amkullel, el niño Fulbé.
Autor: Ahmadou Hampaté Bá.
Título original: Amkoullel l’enfant peul.
Traducción: Manuel Serrat Crespo.
Editorial: El Cobre Ediciones SL.
Páginas: 531.