Los Baatombu de Benin (IV). El matrimonio y la formación de la pareja

Los Baatombu de Benin (IV). El matrimonio y la formación de la pareja

Escrito por Gerardo José Cámara Aizcorbes, profesor de Enseñanza Primaria y alumno del Curso Cultura y Pensamiento de los Pueblos Negros

Entre los Baatombu existe la poligamia, pero sólo entre aquellos hombres que económicamente se lo pueden permitir. La ceremonia matrimonial tradicional sólo se realiza con la primera esposa. El primer matrimonio es el único reconocido por su tradición. Los otros son el resultado de la influencia musulmana.

El matrimonio tradicional era el resultado de un acuerdo entre las familias implicadas. Los jóvenes no decidían, ni elegían a la persona con la que iban a convivir. Sus sentimientos personales no se tomaban en consideración. Las familias negociaban entre ellas y era obligatorio establecer la inexistencia de parentesco de sangre entre ellas. De lo contrario, el matrimonio resultaría imposible. Esta exigencia continúa vigente en la actualidad.

En muchos casos una menor de edad se comprometía con un hombre mucho mayor que ella. Actualmente este tipo de matrimonios concertados están perseguidos por la ley de Benin. Hoy en día son los propios jóvenes los que eligen a su futura pareja. La tradición tiene cada vez menos influencia en este aspecto. En cambio, todavía se siguen conservando muchos ritos y costumbres tradicionales con respecto a la preparación y realización del matrimonio.

Según la tradición, el hombre debía contraer matrimonio con una mujer virgen.
Cuando él muriera, ella sería la responsable de velar por que se celebrasen
debidamente las distintas ceremonias y sacrificios necesarios para permitirle llegar al final de su viaje. Las segundas esposas, en el caso de haberlas, estaban exentas de esta obligación. La única en guardar el luto era la verdadera esposa, aquella con la que celebró la ceremonia del matrimonio, el kurokpaaru.

Si en una casa vivían juntas varias hermanas, el esposo no tenía por qué elegir forzosamente a una de ellas como su futura esposa. La familia era quien elegía a la joven. La futura pareja debería aprender a convivir y a construir su hogar. El amor entre ellos surgiría con el tiempo.

En la sociedad baatombu era la tía (la hermana o la prima del padre) quien educaba a sus sobrinas, consideradas por todos como sus propias hijas. Un joven que deseara casarse con una de estas muchachas tenía que esforzarse por hacerse agradable a los ojos de su tía. Para ello, debía prestarle diversos servicios, como ofrecer de vez en cuando leña para el fuego de la casa, hacerle alguna vez visitas de cortesía… la tía descifraría claramente el mensaje.

Los preparativos para el matrimonio duraban varios años. Era la tía quien elegía el momento preciso en el que los deseos del joven encontrarían por fin su satisfacción. Ella convocaba un encuentro con la familia de origen de la muchacha, sus hermanos y hermanas, sus primas cercanas y lejanas; un largo acuerdo que excluía a la madre y el padre de la chica. El esposo de la tía no era considerado un miembro de la familia. De entre todas las jóvenes disponibles debían escoger a la que sería la novia. ¿Quién había de ser la elegida para entregarla en matrimonio?

Las deliberaciones terminaban en un acuerdo. Una vez escogida la prometida, la tía invitaba a un tío (nunca al padre) del joven pretendiente para anunciarle la buena noticia: “te entregamos a tal muchacha para servirte el agua en tu casa”. Intervenía entonces la dote simbólica (non muengobi), dejada a la discreción de la familia del futuro marido.

En el momento de ser asignada, la futura esposa se encontraba ya casi lista para los esponsales, pues desde la pubertad las jóvenes comenzaban a prepararse para el matrimonio. El siguiente paso era establecer la fecha de la boda, una tarea nada fácil para el novio que debía ir convenciendo a la familia de la novia con diferentes rituales.

El futuro marido proporcionaba siete pollos (mezcla de machos y hembras) y dos calabazas de ñame para solicitar la celebración del matrimonio. Los ñames se elegían entre los mejores y las calabazas debían pesar juntas unos cincuenta kilos.

No se accedía nunca a la primera petición. Sin embargo, esta primera petición iniciaba el proceso que habría de desembocar en la fiesta. Los siete pollos cortados en trozos y los ñames se repartían entre todos los miembros de la familia. Cada uno recibía un trozo de carne acompañado de un pedazo de tubérculo. Estos ritos anunciaban ya la proximidad del enlace. La segunda petición constituía un medio de presión sobre los suegros para acelerar los preparativos. La tercera resultaba decisiva. Los suegros comunicaban entonces la fecha del futuro acontecimiento.

Por fin llegaba el día deseado por los novios. El evento principal tenía lugar al anochecer del día elegido. El kuropaaru es una ceremonia que sólo se realiza con la primera mujer. Su función es la de anunciar a todos que la mujer ya no pertenece a su casa de origen, sino a su esposo. Esta ceremonia de matrimonio dura varios días y se sigue celebrando en la actualidad. Todo comienza con un simulacro de rapto. La novia se esconde en casa de una amiga conocida por todos. Por la noche, varios jóvenes van a buscarla a su escondite a fin de trasladarla al domicilio del novio. Los llantos de la futura esposa se mezclan con los clamores de la muchedumbre que participa en la ceremonia. Estos llantos, siempre teatrales, simbolizan su resistencia a abandonar su casa familiar, en donde todo le está permitido, por otra casa en donde tendrá muchos deberes y pocos derechos. El grupo de muchachos abandona a la novia a las puertas de la casa conyugal junto con otras jóvenes todavía solteras. A la entrada de esta casa, se presenta un huevo de gallina y siete cauríes a un hombre maduro. Éste se gira hacia el este para formular unos deseos: “que Dios haga de la nueva casada una buena esposa, una madre muy fecunda que dé a luz a muchos niños y niñas”. Después rompe el huevo. Entonces de entre la muchedumbre se señala a una mujer que, por su fidelidad, ha pasado mucho tiempo en un único
matrimonio. Esta mujer se encarga de llevar a su espalda a la recién llegada. Pero antes de entrar en el patio de la casa con la futura esposa, debe pasar tres veces por encima del huevo roto.

Tan pronto como la novia entra en el patio de la casa, las jóvenes la sientan
sobre un taburete y le dan una ducha pública, conservando ella su ropa a fin de proteger su intimidad. En la jabonera, uno de los elementos constitutivos del ajuar del matrimonio, se preparan siete esponjas vegetales nuevas. En esta ocasión dos de las esponjas son utilizadas y las otras cinco enviadas a los padres de la novia, al mismo tiempo que una parte de la bouillie (papilla) y del sokuru (ñame pilado). En esta comida se añaden también las cuatro mollejas y las cuatro cabezas de los cuatro pollos indispensables para esta operación.

Una parte fundamental de este ritual consiste en la prueba de virginidad. La joven casada debe aportar una estera nueva sobre la cual la pareja consumará su matrimonio. Al amanecer tras la primera noche que han pasado juntos, el marido abandona el domicilio. Entonces mujeres mayores, ya con menopausia, rodean la habitación y entran a ver a la recién casada. Es el momento de la prueba. Si la estera aparece manchada de sangre, se prepara entonces una comida con un pollo cuyas vísceras han sido extraídas a través del ano, con el fin de preservar la integridad del cuerpo del ave. Si, por el contrario, la joven ha perdido su pureza y su inocencia antes del matrimonio, el pollo destinado a su familia es entregado abierto en canal desde el cuello hasta el ano. El mensaje no presenta ninguna ambigüedad: la familia de la joven quedará avergonzada y ella pagará duramente y por largo tiempo este deshonor.