Percepción de la muerte y rituales fúnebres en los pueblos africanos (X). Los yoruba de Nigeria

Percepción de la muerte y rituales fúnebres en los pueblos africanos (X). Los yoruba de Nigeria

Escrito por Alejandro M. Abrante García, teólogo especialista en pastoral y misionología y graduado en el Curso Cultura y pensamiento de los pueblos negros.

La concepción de la muerte en Nigeria se encuentra ligada a los mitos sobre el origen del ser humano, en donde ocupan un lugar destacado los conceptos del Bien y del Mal. Entre algunos pueblos existe la creencia en un tiempo primordial en el que Dios llenaba calabazas con alimentos para dárselas a las personas, a fin de que así éstas no tuvieran que trabajar. Ellas vivían muy cerca del cielo, tanto que lo podían tocar, hasta que un día una mujer contaminó el dedo de un hijo del cielo y Dios se enojó entonces y decidió retirar la bóveda celeste en donde estaba instalado. Desde entonces ya no se le puede ver.

Los nigerianos creen que sus familiares fallecidos se convierten en un “antepasado” cuando mueren. Por eso, los funerales constituyen un acontecimiento grandioso: con festines, portadores danzantes del féretro, sacrificios de animales y carteles que anuncian la muerte del ser querido.

No se escatiman gastos. Los funerales son tan importantes que a veces las familias ahorran más para el entierro de sus seres queridos que para los gastos médicos, ya que se teme que si no se siguen todas las costumbres funerarias, el querido pueda no convertirse en un antepasado y se transforme, en cambio, en un alma en pena que aceche a los vivos.

Se presta especial atención a los deseos del difunto en cuanto al entierro, puesto que, si no se los satisface, el espíritu no podrá llegar hasta el Más Allá. El que lo consiga finalmente también dependerá de la vida que llevó y de la religión que profesó.

La lista de etnias y sistemas de creencias es considerablemente larga. Nigeria es una nación multiétnica. De hecho, no hay un acuerdo acerca del número de grupos étnicos ubicados dentro de sus fronteras. Algunos estudiosos mencionan en torno a los 250, pero otros más de 400. Además, dentro de muchos de estos grupos existen luego distintos subgrupos, con un patrimonio cultural diferenciado y unos modos de vida particulares. No obstante, podemos distinguir tres grande conjuntos etno-culturales: los igbo, los yoruba y los hausa-fulani.

Tradiciones de la tribu Hausa. Foto fuente: Wikimedia

Los hausa y fulani suman más del 36% de la población de Nigeria.  Siguen las costumbres musulmanas como el ayuno, el zakat o las donaciones y la oración, pues creen que su observación conduce a una hermosa vida después de la muerte. Los hausa no esperan mucho para enterrar a sus muertos. Si es posible, lo hacen el mismo día del fallecimiento. Sus prácticas funerarias están hoy en día fuertemente homologadas con las del resto de los pueblos musulmanes, razón por la cual no las vamos a abordar aquí.

Dedicaremos lo que queda de esta entrada a los yoruba, para ocuparnos de los igbo en una próxima entrega.

Los yoruba

La etnia yoruba es la segunda más grande del país, con un 15% pde la población, siendo el principal grupo étnico de los Estados de Ekiti, Lagos, Ogun, Ondo, Osun y Oyó. Los yorubas creen en un dios supremo, o dios del cielo, grandioso y distante, al que invocan con el nombre de Olorun, que significa “dueño del cielo”. Es el creador de la vida y ha delegado en las mujeres el poder de formar otro cuerpo en su cuerpo y darle la vida.

Pero también es él el que da la muerte. Cabe destacar también a Shangó, dios del rayo, que se ha ido convirtiendo en una de las deidades más veneradas, no sólo en la región yoruba, sino también en América.

Bastón, emblema de Shango. Pueblos yoruba, área de Oyo, Nigeria, principios del siglo XX. Foto fuente: Wikimedia

Entre los yorubas se adora también a los espíritus de la selva, quienes imparten conocimientos medicinales, adivinatorios y oraculares, como el de Ifá. Hay que aplacar también a ciertos dioses tramposos, que tienen un fuerte carácter sexual, para que no hagan daño.

Los muertos se consideran guardianes de las costumbres, en tanto que el individuo no se concibe sin la comunidad. Los difuntos deben auxiliar en la cosecha a sus parientes vivos y es por ello por lo que se les ofrecen las primicias de la tierra. Al igual que en otras muchas religiones, existe una estrecha relación entre los difuntos y las semillas, quienes renacen del mismo modo que ellas germinan.

Las deidades yorubas están humanizadas. Son agentes de la deidad suprema, a quienes ésta otorgó el poder de gobernar las fuerzas de la naturaleza y la vida de los humanos. Los yorubas creen que pueden regresar a este mundo tantas veces como necesiten evolucionar hasta convertirse en orishas y poder así vivir al lado de Olodumare.

El rango dentro de la jerarquía sacerdotal se transmite por línea paterna, de generación en generación, de modo que el orisha es el fundador o ancestro de la estirpe.

El culto es oficiado por el más viejo del grupo, que es el sacerdote, considerado hijo del orisha de cada cofradía. Las cofradías están compuestas por miembros del linaje y personas ajenas que han sido “llamadas” a través de un sueño o de una consulta al oráculo, pero que, a diferencia de los hijos del orisha, deben ser poseídas en los rituales para alcanzar la cercanía con él.

En Nigeria cada orisha tiene su cofradía con sus propios instrumentos, que se tocan en festividades y ceremonias, en las que usan vestimentas y símbolos especiales.

Se sacrifican animales y se ofrece comida preparada a las deidades en los diferentes días de la semana en que son reverenciadas.

Ritos funerarios. Foto fuente: Wikimedia

Estas cofradías se dividen en tres grupos. El primero es el de los babalawos, que deben ser nativos del pueblo de Ife y sacerdotes practicantes del culto de lfá, que conforman la más alta jerarquía. Los jefes de cofradía, cuya autoridad no rebasa el marco de su propia organización, son los babaloshas e iyaloshas y los sacerdotes, cuyo papel en la comunidad es más político que religioso. La función de los babalawos es la de consultar los oráculos y dirigir a la comunidad en sus tareas, prescribiendo los sacrificios adecuados para cada circunstancia.

Luego viene los aboni, consejeros del Oni (soberano). Entre ellos destaca la sociedad Oro, que tiene la misión de impartir justicia, y la Egungun, con la tarea de la adorar a los antepasados. Participa en las ceremonias de velatorio y en los funerales, así como en las fiestas para rememorar a los difuntos con tambores, danzas y cantos.

Algunas prácticas funerarias yoruba


Para permitir que nuestra alma llegue a su destino, se deben oficiar correctamente las honras fúnebres, puesto que, si se omiten, vagaremos por el mundo con frío, hambre y sin casa, corriendo el peligro de ser secuestrados por espíritus malignos que habitan en esta tierra, llevándonos al Òrún-Apadi, a donde van a parar las almas malignas.

Antiguamente el hijo o hermano mayor del difunto llamaba a un babalawo para que consultara un oráculo y así saber si la persona había muerto por causas naturales o por hechicería, y si otras personas de la familia correrían también la misma suerte. Si la muerte había sido por hechicería, se sacrificaba una cabra rociada con manteca de corojo o aceite de palma. Para ello, se remojaba una hoja de palma de ikines con la que escanciaba al cuerpo, la casa y los asistentes al funeral, a la vez que se invocaba y solicitaba al iwir de la persona que abandonase la casa tan pronto concluyesen los ritos funerarios, deseándole un buen viaje. Luego se llevaba a las afueras del pueblo el cuerpo del animal y se depositaba en un cruce de caminos, para que así los espíritus malignos se dispersasen en tantas direcciones como caminos tuviera el cruce.

Después de estos preliminares el cuerpo es lavado con hierbas y se le viste con sus mejores ropas. Se coge un gallo, al que se denomina Adire Iranna, para que lo guíe sano y salvo en su camino a Òrún. Las plumas de este gallo se esparcen alrededor de la casa y luego se lo lleva al camino del bosque, para ser allí cocinado y comido. Para los yorubas de Nigeria también es importante la dirección en la cual se entierra a las personas. Por ejemplo, si es hombre, se enterrará con la cabeza apuntando hacia el Este, para que vea la salida del Sol y sepa cuándo es hora de ir a trabajar. Por el contrario, a la mujer se le pondrá la cabeza hacia el Oeste, para que vea cuando el Sol se está ocultando y sepa que es hora de preparar la cena para su esposo en esa otra vida.

Se puede perder cualquier parte del cuerpo menos la cabeza, porque es donde reside el alma. Si ésta se pierde, según sus creencias, el alma queda extraviada, salvo que se celebre alguna ceremonia especial para rescatarla.

Además, en algunos casos, se da la curiosidad de que se cubre el cuerpo con tierra negra durante el funeral, porque muchos creen que la tierra de color rojo acarrearía problemas de la piel, como la lepra, en la siguiente vida. Dado que cuando morimos nuestra alma disfruta de la misma posición social que ocupó mientras vivía, también hará lo mismo que hacía en este mundo.

En todo este ritual, cuanto más música y baile haya, más aumentarán las probabilidades de que iwir alcance el éxito en la otra vida.

En la ceremonia de llanto se viste al difunto al día siguiente de su muerte con sus mejores ropas, se le introduce dentro del ataúd y éste se pinta o “raya” con tiza blanca en sus cuatro esquinas, con flechas cruzadas en todas las direcciones, rematadas con crucecitas. También se trazan estos mismos símbolos en el suelo. Luego se entonan canciones funerarias junto al féretro, a media voz y acompañados de sonidos guturales con los que se muestra disgusto porque un familiar ha muerto, al tiempo que se dan golpecitos en el suelo con un bastón para despedirle.

A los siete días de enterrar el cadáver se realiza la ceremonia más significativa, con cantos, como si el muerto estuviera de cuerpo presente. Ese día se sacrifica a un pollo y se le extraen los intestinos por el ano, estando aún vivo, para irle introduciendo pedazos de tabaco, vela, tiza, manteca de cacao, etc, mientras entonan la letanía: MBELE, MBELE, YO ME QUEDA MBELE, MBELE MASANGO TA ARRIBA NGANGA MBELE, MBELE… Un canto de afirmación de la vida ante el familiar que se marcha. Finalmente vuelven a introducirle al pollo los intestinos y lo cosen, y le amarran un muñequito de trapo, lo más parecido posible al muerto. Se coloca en un cartucho que se pone en el suelo, y se ponen junto a él montoncitos de pólvora. Se prende la pólvora y, tan pronto como explota, se inicia la marcha hasta llegar al cementerio. El oficiante regresará por un camino diferente para despistar al muerto. Una vez en la casa, le preguntan a la prenda si el muerto quedó donde lo enviaron. La pólvora se enciende y estalla, con lo que se entiende que así es, con lo cual concluye la ceremonia.

Otro ritual muy interesante es el que se realiza cuando un hombre anciano y respetable muere de buena muerte. En este caso el cadáver se cubre rápidamente con una estera, mientras los familiares anuncian su fallecimiento. En respuesta, la gente se reúne para presentar su último respeto al difunto. Simultáneamente, se lava el cadáver y se trenzan los cabellos si se trata de una mujer. Si es un hombre, el cabello estará rapado o bien peinado. Habitualmente el primogénito de un hombre debe primero verter agua sobre el cadáver del padre. Se le concede una importancia enorme al ritual del lavado, ya que se cree que uno tiene que estar limpio para ser admitido en la morada de los antepasados, si no, se convertirá en un espíritu errante. Después del baño, el cadáver es vestido con bonitas ropas y acostado sobre una cama decorada. El estado de reposo dura dos o tres días, en los que los familiares cambian regularmente la ropa de cama y la ropa que usa el difunto como acto de respeto.

El entierro tiene lugar poco antes de la puesta del Sol. Entonces el cuerpo es envuelto en ropas coloridas y llevado a la tumba en el curso de una larga y solemne procesión. El cadáver se coloca cuidadosamente en la tumba, junto a ropa hermosa, piezas de plata, dinero y todo lo que se espera que el difunto necesite en el otro mundo.

Se inmola un animal y se vierte su sangre, para que la víctima sacrificada acompañe al difunto al otro mundo. Cuando la tumba está lista para ser cubierta, los familiares lloran mucho, incluso mientras arrojan barro sobre el cadáver, le piden que haga cosas por ellos y envían mensajes a sus otros antepasados.

Me gustaría señalar que, entre la etnia yoruba existe una fiesta anual llamada egungun equivalente a nuestro Día de Todos los Santos, que todavía no ha perdido su carácter sacro y étnico. De este modo, la celebración en sí no es un canto o un recuerdo a los muertos allá donde estén, sino un acontecimiento que permite honrar a los antepasados, aquellos que han dejado el mundo terrenal para pasar a engrosar un capitolio de las almas.
Se cree que el espíritu no se desvanece en la muerte, sino que eventualmente regresa en la forma de un bebé recién nacido. Ello significa que la celebración del funeral constituye también una expresión de alegría por la nueva vida del espíritu del difunto.

Los ancestros son aquellos que tuvieron una vida y llegaron a su fin, pasando al mundo espiritual, mientras la Muerte es encargada de quitar la vida a los seres vivos.

El funeral yoruba Ìsìnkú, consta de siete días de rituales para enviar con éxito el espíritu del difunto a su reino ancestral. La familia y la comunidad se unen para llevarlo a cabo y la pompa desplegada suele ser acorde con la posición del difunto en la comunidad. Ya que el festival incluye festines y música, el rito funerario puede tardar hasta años en realizarse, a causa de su elevado coste. Sin embargo, los yoruba lo siguen llevando a cabo, ya que constituye una muestra de respeto a los antepasados.

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