Recuperando un clásico: EL AFRICANO, de Harold Courlander

Recuperando un clásico: EL AFRICANO, de Harold Courlander

Escrito por Juan Ignacio Castien, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y director del Curso Cultura y pensamiento de los pueblos negros.

Pese a tratarse de una obra hoy quizá un tanto olvidada, El Africano1, publicada en 1967, continúa siendo una novela de lectura muy recomendable para todos aquellos interesados en el mundo africano y en la trata negrera. Lamentablemente, muchas veces lo único que se recuerda de ella es el pleito ganado por su autor a Alex Haley, tras acusarle de haberle plagiado algunos de sus pasajes en su best-seller Raíces (1976), una obra, por lo demás, muy diferente en su planteamiento global.

Pero más allá de esta desagradable anécdota, nos encontramos con una novela de un genuino interés. Su autor, Harold Courlander (1908-1996), fue un notable antropólogo y folklorista, al que debemos valiosos trabajos etnográficos realizados tanto en África como en las diásporas negras americanas. Son especialmente dignas de mención sus recopilaciones de piezas musicales y de narrativas orales. Supo también cultivar con acierto el campo de la literatura, en obras en las que plasmó los profundos conocimientos adquiridos a través de toda una vida dedicada a la investigación.

El contexto, marcado por las luchas de la comunidad negra estadounidense, no podía ser más favorable para la publicación de estas obras. Sin embargo, tanto Courlander como Yerby tuvieron el gran mérito de superar cualquier tentación hacia el maniqueísmo y hacia la idealización ingenua de lo negro-africano, lo cual no dejaría de depararles también sus críticas. Así, ambos autores no sólo nos presentan sin tapujos la inhumanidad del régimen esclavista, sino también algunos hechos que no agradaron a muchos, como la complicidad de innumerables africanos con el tráfico negrero y la crueldad con la que muchos esclavos y ex esclavos se trataban también entre sí.

Con independencia de esta erudición de fondo, El africano resulta de lectura muy amena. Su prosa es sencilla y ágil, con algunos fragmentos muy logrados, y la acción a menudo trepidante, con sorprendentes giros argumentales, que consiguen mantener la intriga hasta el desenlace final. Responde, así, al modelo clásico de la novela histórica de aventuras dirigida al gran público, al cual convierte en partícipe de alguna situación pasada a la que no hubiera podido acceder a través de otras obras más ambiciosas. No fue ésta ni mucho menos la única obra de este cariz que abordó en aquel tiempo el drama de la esclavitud en Estados Unidos. Baste mencionar, junto al ya citado libro de Haley, la incursión en este mismo terreno por parte del escritor afro-estadounidense, Frank Yerby, muy famoso en esa época por sus entretenidas y muy documentadas novelas históricas. Fruto de su trabajo fueron sus libros The man from Dahomey (1971) y A Darkness at Ingraham’s Crest (1979)2.

La novela narra la historia de Jesujunu, un adolescente perteneciente a la etnia fon, afincada en el Reino de Abomey, en la actual República de Benín, quien es capturado y vendido a los negreros por los soldados de su propio Rey. Pasa así de la feliz condición de joven adulto, que ya participa con orgullo en los trabajos comunales, a la de esclavo, despojado de toda humanidad. No claudica por ello y, junto con varios compañeros de infortunio, soporta una atroz travesía atlántica y toma parte en la sublevación que se hace con el control de la nave. Por desgracia, una tormenta hace naufragar en seguida al barco en la isla de Santa Lucia, bajo control francés. Los supervivientes fundan una comunidad de cimarrones en las montañas, hasta que son reducidos de nuevo a la esclavitud y vendidos en Estados Unidos.

Allí nuestro protagonista iniciará una nueva existencia en la plantación de los Blair, radicada en Georgia. Padecerá la crueldad de los capataces, recreará junto a otros esclavos sus cultos ancestrales y trabará conocimiento del cristianismo, que están empezando a difundir algunos pastores blancos y negros, en contra de la voluntad de los amos. Aprenderá también a leer clandestinamente. Más adelante acompañará a su dueño, que desea adquirir nuevos esclavos en una plantación costera. Junto con otro esclavo dará muerte allí al encargado de esta plantación, para defender a una joven esclava a la que aquel quería violar. Después los dos hombres huirán a los pantanos. Los fugitivos son entonces acogidos por los tsoyaha, un pequeño grupo indígena acosado por sus vecinos más poderosos. En esta comunidad encuentra el amor de una muchacha, pero decide marchar en busca de la “Isla de la Libertad”, de la cual ha oído hablar, un islote en medio de los pantanos, en donde un grupo de esclavos fugitivos parecen haber creado una suerte de pequeño Estado independiente. Llegado allí, descubre que la isla se encuentra sometida al régimen despótico de varios antiguos esclavos, que oprimen y explotan al resto. Encabeza al poco una sublevación contra los nuevos tiranos, pero vuelve a marcharse, una vez más, buscando ahora a los tsoyaha y a su amada, a quienes antes abandonó, pero se encuentra con que su comunidad ha sido arrasada por un grupo indígena rival. Finalmente, emprende la marcha hacia Ohio, Estado no esclavista, en donde quizá alcance un día a vivir en libertad.

Sin embargo, El africano es bastante más que una simple novela de aventuras con la trata negrera como trasfondo. Es también una suerte de novela psicológica, casi existencialista en algunos momentos, que nos ofrece análisis de una gran finura sobre el carácter del protagonista principal, pero también sobre algunas de las personas con las que se va topando en su andadura vital. Casi podría definírsela como una “novela de aprendizaje”, de acuerdo al modelo clásico tan cultivado en Alemania, en donde el joven protagonista atraviesa por toda una serie de peripecias y vive una serie de trascendentales encuentros con personajes representativos de distintas actitudes ante la vida. Optando entre las distintas alternativas encarnadas por todos estos personajes, el héroe del relato va conformando su propia personalidad y el tipo de existencia por la que se decantará a partir de entonces.

Así, el protagonista de El africano presenta un indudable atractivo. Se encuentra animado por una voluntad indomable, por una arrebatadora ansia de libertad y de realización personal, que le conduce a sublevarse contra las injusticias que le rodean, pero también a renunciar, una y otra vez, a cualquier oportunidad de acomodarse, pues permanece siempre a la búsqueda de una plenitud entendida como un destino que, sin embargo, no acierta nunca a imaginarse con nitidez.

Al tiempo, el libro nos presenta toda una galería de situaciones y tipos humanos, desmenuzados con precisión quirúrgica. Vemos desfilar ante nosotros las distintas posturas con que los esclavos afrontan su opresión, desde la sumisión, hasta la rebeldía suicida, pasando por una sumisión formal a los amos, mientras a sus espaldas se afanan por construir un espacio de autonomía, ya sea para rellenarlo con una réplica empobrecida de los antiguos cultos africanos o con una particular versión del cristianismo, en la que la historia del Éxodo escapando de la esclavitud en Egipto adquiere ahora una nueva actualidad. Se nos ofrecen asimismo interesantes reflexiones sobre el carácter alienante del trabajo en la plantación, desprovisto de ese sentido existencial que sí poseía, en cambio, el trabajo comunal en África. También contemplamos, por último, el sadismo y la deshumanización de los capataces y la ignorancia intencionada de los dueños de la plantación, el matrimonio Blair, quienes se desentienden de las facetas más crueles de la explotación que regentan e, incluso, dan pequeñas muestras de magnanimidad de tanto en cuando, resguardándose así de la desagradable verdad sobre las que descansa su propia prosperidad.

Obviamente, es posible encontrar claros paralelismos entre las situaciones y personajes descritos en la novela y otros muchos presentes en otros contextos muy diferentes. Pero ahí reside, en nuestra opinión, uno de los puntos fuertes de este libro. Pues todos esos paralelismos nos están enseñando algo fundamental: nuestra común condición humana, en las antípodas de cualquier racismo y de cualquier particularismo.





1 Existe una edición española de 1981 a cargo de la Editorial Argos-Vergara.

2 Publicadas ambas en español por la editorial Planeta con los títulos Negros son los dioses de mi África y Mis dioses han muerto en Missisippi